Al contemplar a María en su Asunción, la Iglesias celebra a la Mujer que tuvo “parte con
Jesús” hasta el fin. “Era necesario que la madre de la Vida tuviese parte en la
morada de la Vida”,
dice Germán de Constantinopla. La expresión “tener parte con” evoca una
relación de afinidad, de proximidad, de cercana familiaridad: la encontramos en
el diálogo de Jesús con Pedro durante el lavatorio de los pies: “Si no te lavo
los pies, no tienes parte conmigo”, es decir, no participas de mi vida, no
estás en comunión con mis opciones, con mi manera de ver y de vivir la
vida. En la primera carta a los
corintios vuelve a aparecer aunque con un término diferente: “Fiel es Dios por
quien han sido llamados a la koinonía (la comunión, la identificación…) con su
Hijo Jesucristo (1 Co 1).
Esta manera de expresar los vínculos que se crean entre
personas y que les hacen compartir la misma suerte y el mismo destino, puede
servirnos hoy para adentrarnos un poco más en el misterio de la Asunción.
No olvidemos que de “las cosas de Dios” (como de tantas
cosas humanas…), sólo podemos hablar con metáforas, con imágenes, con torpes
aproximaciones y tanteos; y por eso, al decir “asunción”, queremos referirnos
al resultado final, al momento definitivo, a la culminación de un proceso. Pero
la meta supone siempre un camino, el fruto ha tenido una larga maduración en el
árbol, la piedra preciosa ha cristalizado lentamente durante miles de años en
la hondura de la roca.
Por eso la asunción de María nos invita, no sólo a
alegrarnos de que sea ella la primera en “tener parte” en la gloria con su hijo
resucitado y adelantar la fiesta en que todo el cosmos será también
transfigurado al concluir su impulso ascensional, es también una invitación a
fijar la mirada en el proceso que la llevó hasta ahí, en el recorrido a través
del cual una mujer de las nuestras fue teniendo parte, de una manera gradual y
cada vez más intensa, en la suerte de Jesús.
Podemos emplear para ello la táctica del pintor de iconos
que pintaba la Navidad
de una manera muy particular.
Así nosotros, al mirar a María en su Asunción, estamos
llamados a mirarla en las etapas aún oscuras en las que se fue estando su koinonía, su comunidad de vida con
Jesús. A lo largo de todas ellas la mejor discípula fue aprendiendo a entender
lo que era el Reino y a apasionarse por él y, como buena tierra, fue acogiendo
la semilla y dejándola germinar en su interior hasta dar el ciento por uno.
“Tener parte” con Jesús supuso para ella todo un trabajo de
confrontación entre la vida extraña de su hijo y la Palabra que ella escuchaba
en su corazón.
“Tener parte” con él significó ir encajando lentamente
tantas cosas incomprensibles: un nacimiento en la intemperie, una infancia y
juventud escondidas, los comienzos de una predicación insólita, las sanaciones,
los enfrentamientos, el entusiasmo incondicional de sus seguidores, el
torbellino de odio de sus detractores que lo arrastraría hasta la muerte.
“Tener parte” con él debió suponer el ir descubriendo, con
asombro, que si hijo no le pertenecía a ella sino al Padre del cielo y a sus
cosas; y que su madre y hermanos eran también todos los que se apiñaban para
escucharlo.
“Tener parte” con él tuvo que incluir el ir acostumbrándose
a sus preferencias tan provocativas, a su radicalidad tan extrema, a sus
promesas atrevidas, a su amor desmesurado hasta el fin.
Jesús y el reino fueron “asumiendo” a María poco a poco a lo
largo de su vida entera; y lo que hoy celebramos es el éxito final de una obra
a la que ella consintió, colaboro y se entregó en plenitud.
Con palabras de otro Padre de la Iglesia podemos proclamar:
“Vengan ángeles a la fiesta,
preparémonos para la danza
y para hacer resonar de cánticos la Iglesia,
con ocasión del ascenso del arca de Dios.
El cielo abre hoy de par en par su seno
para recibir a la que
ha engendrado al inmenso;
la tierra, al recibir la fuente de la vida,
se cubre de bendición y belleza.
Los ángeles forman
un coro con los apóstoles
y miran con reverencia a la madre
del rey de la vida
que pasa de una vida a otra.
Postrémonos todos delante
de ella y roguemos:
Reina, no olvides a quien está unido a ti
por parentesco y festeja con fe
tu santa dormición.”
Teófanes de Jerusalén
DOLORES ALEIXANDRE, rscj, Hacerse discípulos una atracción del Padre, Ed Claretiana 2007, pp
123-126