domingo, 30 de marzo de 2014

Hna. Rosa Pérez

(Por Hna. Elvira Gómez)
"Estuvo unos días en Buenos Aires, en las vacaciones de enero, y muy especialmente para hacerse atender por el médico que trata sus males reumáticos, sufridos desde tiempo atrás, cuando a los 12 años -me contó hoy- tuvo que estar internada en un Sanatorio en Mar del Plata donde con un tratamiento solar y otras cosas muy efectivas pudieron erradicar la tuberculosis ósea que invadía sus caderas.
Conversamos y así me enteré que vivía, antes de entrar en la Congregación, en una casa a la vuelta de San Lorenzo, por lo cual conocía perfectamente al Padre Carboni y a las primeras Hermanas: Lucía, Cleonidas, Juliana, Amelia, como Auxiliares de la Parroquia.
A los 18 años ya deseaba entrar, pero ante la tremenda negativa de su familia, esperó un tiempo más y "escapó" de su casa.
Cuando yo entré, después de muchos años, tenía fama de religiosa virtuosa, sacrificada, fiel a lo que la voluntad de Dios le pedía.
Y así la conocí cuando se fundó el Noviciado en Moreno y acompañó a Robina, primera Maestra de novicias. Pero, estuvo allí, poco tiempo.
Apostólica, deseosa siempre de atraer a sus hermanos en la fe a una vivencia más rica, más comprometida con Cristo, pasó por varias Casas de la Congregación siendo su labor fecunda, más que por la preparación intelectual por su sencillez y sabiduría de Dios.
Ama especialmente a la juventud, sin escandalizarse por algunas actitudes, tan propias de ellos, sino descubriendo a través de esa cáscara la urgente necesidad de afecto no encontrado en familiares y amigos.
Tuve ocasión de comprobarlo cuando a la espera de un ómnibus que debía trasbordar, me contó la conversación de un grupo heterogéneo de jóvenes que la rodeó en la Estación.
Y cuando se enteraron de que era "monja", le preguntaron sobre la castidad y otras preguntas afines. Ella con toda sencillez y sabiduría los fue llevando suavemente a la fe en el misterio de Dios que llama para vivir con alegría lo que a ellos les parece imposible.
Por eso, casi a los 80 años, goza con el fútbol y el tenis con la pasión que conoce entre sus amigos.
Como siempre, el Señor generoso en su misericordia, ha permitido la reconciliación familiar después de años y hoy pasa varios días en compañía de sus hermanas cuando dispone de sus vacaciones.
La edad ya va poniendo sus límites: una sordera que comenzó a expresarse hace tiempo, la llevó a una desesperanzada operación. Pero, la prótesis -de uno entre mil- según dijo el cirujano, se descolocó a raíz de un esfuerzo provocado al volver de la anestesia.
El Señor le da fuerza, paciencia y la alegría de poder ser fiel hasta la muerte cargando con su cruz... "mi yugo es suave y mi carga ligera"...
Su pascua fue el 30 de marzo de 2013

Día de la Anunciación

Con alegría pronunciamos la Renovación de nuestra Consagración el día 25 de marzo. 
Lo celebramos en Casa, invitando a las personas que nos habían acompañado en la Novena por los 80 años, también realizada en la comunidad. 
Fue un momento de alegría, emoción,
sentir que compartimos el Carisma, según la realidad de Batán. El Evangelio de la Anunciación nos inspiró, como también nuestros materiales de espiritualidad, y las propias palabras del Padre Carboni. 

Agradecidas al Señor y bajo el Amparo de María seguimos caminando con amor.

martes, 25 de marzo de 2014

renovación de Votos en Jujuy...

Tuvimos un rato de oración en casa antes de la Misa en la Capilla San José Obrero...


Luego, ya en la Capilla, nos sacaron unas fotos antes de la Misa 

Clide entra el cuadro de nuestra Patrona y Edit acompaña con una vela encendida 

Renovando las tres 


y terminada la Misa, con el Padre Miguel 
que presidió la celebración y estaba muuuuy contento...


Y el Verbo se hizo Carne


jueves, 13 de marzo de 2014

en este 2º Jueves de marzo, rezamos especialmente por las Vocaciones...
Señor dale valentía y alegría para responder
a l@s jóvenes que hoy seguís llamando a consagrarte su vida!!

sábado, 8 de marzo de 2014

Día de la Mujer en Pozo Borrado



continuando la Misión en Pozo Borrado, diócesis de Rafaela, Rosa, con Ana María, su hija, y otras mujeres valientes de la comunidad se reunieron a celebrar el don de Ser Mujer!!

miércoles, 5 de marzo de 2014

¿Es verdad que abolieron la esclavitud?


San José, el varón de Fe…

En esta festividad, tan cercana a nuestros sentimientos
y a nuestro amor por la Iglesia, nos ponemos en presencia del Señor,

En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo…
En este Año de la Fe, oportunidad que se nos brinda para ahondar en la fuerza y belleza de esta virtud, contemplamos a San José, patrono de la Iglesia y también de nuestra Familia Religiosa.
Miramos en él un corazón que se ha dejado plasmar por la gracia que transforma…
Alguien que también ha sabido escuchar al Espíritu en el fluir de su vida…
Y como muy buen oyente, ha sido obediente a la Palabra escuchada, casi siempre “en sueños”, advirtiendo en ella la Voluntad de su Dios, que siempre lo invitó a ponerse en camino…

También nosotras nos encontramos en el camino, como los primeros discípulos, y, como San José, queremos consentir la Presencia y el Obrar de Dios en nuestras vidas…
Ø      Contemplamos un ratito, si es que podemos, la estampa de San José que va en este envío. Es un mosaico que se encuentra en Santa María la Mayor en Roma y que data, aproximadamente, de los años 450-550. Es el ángel que anuncia a José…

Ø      Compartimos el Evangelio del día: Mateo 1, 16.18-21.24a

Ø      Aporte para la reflexión:

San José: el amor olvidado de sí mismo (de Max Alexander)

“En el evangelio de Lucas el anuncio del nacimiento del Mesías se hace a María, en el de Mateo a José. Si hacemos coincidir ambos descubriremos no una contradicción, sino una amplificación: el anuncio es hecho a ambos, al esposo y a la esposa, al Justo y a la Virgen que se aman mutuamente. Dentro de cada pareja Dios va obrando su obra: desea oír el doble ‘amén’ convertido en un único  ‘sí’ en el varón y en la mujer, sin cuyo coral coraje Dios no podría traer hijos a esta tierra. En todas las relaciones mutuas Dios acaricia, roza y toca: lo hace en esos días en que estás tan lleno de alegría que serías capaz de decirle a quien amas palabras sorprendidas, asombradas, absolutas, eternas, y también lo hace en esos días de crisis, de sufrimiento, de duda, de lágrimas…

José, decididamente enamorado, decide dejar a su enamorada, por respeto, no por despecho, por respeto ante el misterio, no por otra cosa; no quiere denunciarla, sigue pensando en ella, insatisfecho por la decisión que no acaba de tomar, hasta en  sueños tiene presente a su María, pues bien sabe que su amada lo ama...

María y José son pobres, pobres de cosas, pero no pobres en amores, porque si hay algo sobre esta tierra que abre al misterio de Dios es amar, descubrirse amado, saber de amores. José, tan o más soñador que el José de Egipto, con las manos llenas de callos a causa del trabajo y con un corazón enternecido a causa del amor, tiene la elocuencia de los silenciosos: su silencio es amor que ya no necesita de palabras. Dado que José sabe escuchar, Dios le hablará a través del silencioso lenguaje de los sueños; José, es el hombre justo y tan silencioso que es capaz de escuchar los sueños que el Señor-Dios viene soñando  desde toda la eternidad, desde antes de la creación del mundo, de modo que transformados en realidad, la Buena Noticia se proclame gozosamente a los cuatro vientos…

Todo amor tiene que pasar, como el oro, por el fuego del crisol para purificarse, aquilatándose en las contradicciones y las pruebas. El amor de José, lo mismo que el de Israel en el desierto, es puesto a prueba para conocer qué habita en su corazón. En plena prueba  a José se le confirma que su corazón desborda de amor hacia María y hacia el Niño que vendrá. Descubre alborozado que es posible amar sin deseos de posesión. Todo amor auténtico,- matrimonial y virginal -, tiene que atravesar esa misma prueba, ese mismo umbral: pasar de la posesión a la donación: ‘amar’ es una variante del verbo ‘morir’, cuya otra variante se denomina ‘renunciar’. Si en el taller de José aprendemos a conjugarlos en su armonía pascual de muerte y vida, de renuncia y plenitud, descubriremos las obras maravillosas que,- en nosotros y no sin nosotros -, obrará el Espíritu: lograr darse sin jamás reclamar nada a cambio, amar a fondo perdido, sin esperar ganancia ninguna: el amor basta por sí mismo, satisface por sí solo...  Amo porque amo, amo por amar. (San Bernardo en los Sermones sobre el Cantar de los Cantares)
José es un hombre lleno de fe, incapaz de involucrarse en un misterio que lo trasciende, prefiere retirarse en silencio,  silencio que le permitirá escuchar y dar fe a la palabra que desde siempre Dios dirige a los seres humanos: no temas. Y comienza a actuar no ya frenado por sus temores, sino impulsado por sus amores, amores al estilo de Dios, a lo Jesús: amor que olvidándose de sí mismo se anonada,- ¡se hace tan, pero tan pequeño y humilde que aquel al que los Cielos y la Tierra no pueden contener, encuentre cabida en el seno virginal de María! Tanto se anonada que te pedirá permiso, como a José, como a María, para que le hagas un huequito, un lugarcito en tu vida, para que por el Espíritu Santo pueda humanarse en ti y divinizarte a ti, humanizándote a ti  transfigurando tus temores y…, tus amores…

Tener valor para amar al modo de Dios, tal como nuestro Abba nos lo mostró en Jesucristo, esa es la vocación  de José; aceptar que renunciando a María cumpla él, y se cumplen en él, las promesas hechas un día por Dios a David. Al abrir su vida de par en par, José queda  transformado en profecía viviente: gracias a su sí el Hijo de Dios llega a ser hijo de David. El Espíritu Santo  esculpió su corazón preñado de silencios, haciéndolo tan lleno de Dios que renunciando a todo, fuera totalmente posesión del Señor-Dios mientras el Señor-Dios le confiaba sus tesoros más queridos: porque tanto ama Dios al mundo que envió a su Hijo no para juzgarlo sino para salvarlo…”

Ø      Compartimos comunitariamente lo que nos resuena de esta reflexión

Ø      Invocamos a San José, a modo de Letanía:
-Por tu gran Fe, ruega por nosotras…
-Por tu confianza en el Señor, ruega por nosotras…
-Por tu obediencia a la voluntad de Dios, ruega por nosotras…
-Por tu docilidad al Espíritu, ruega por nosotras…
-Por tu amor a María, ruega por nosotras…
-Por el ejemplo de virtudes que fuiste para Jesús, ruega por nosotras…
-Por…(agregamos libremente…)

-Para que…(ponemos nuestras intenciones espontáneas…) ruega por nosotras…

Ø      Porque sabemos que el Señor acoge lo que con Fe le pedimos, le decimos sencillamente Padre nuestro…

Ø      Invocación a San José del beato Juan XXIII

San José, guardián de Jesús y casto esposo de María:
tú viviste toda tu vida cumpliendo perfectamente tu deber;
Tú mantuviste a la Sagrada Familia de Nazaret con el trabajo de tus manos.
Protege bondadosamente a los que recurren confiadamente a ti.
Tú conoces sus aspiraciones y sus esperanzas.
Se dirigen a ti porque saben que los comprendes y proteges.
Tú también conociste pruebas, cansancio y trabajos.
Pero aún dentro de las ocupaciones materiales de la vida,
estabas lleno de profunda paz y de verdadera alegría
por el íntimo trato que tenías con el Hijo de Dios,
que te fue confiado a ti
a la vez que a María, su tierna Madre, Amén.

Ø      Invoquemos a nuestra Madre y Patrona, esposa de San José, pidiendo su intercesión: Santísima Virgen María…

Ø      Culminemos nuestro momento de oración cantando alguna canción a San José que sepamos (“José carpintero”, “Himno a San José”, otra…)

martes, 4 de marzo de 2014

Santa Catalina de Siena, Doctora de la Iglesia

Curiosidades: Además Santa Catalina tiene los siguientes patronatos:
«       contra los incendios;
«       contra los males corporales;
«      contra la enfermedad;
«       contra los abortos involuntarios;
«      contra las tentaciones;
«      Allentown, Pennsylvania;
«       para la prevención de incendios;
«      de los bomberos;
«      de las enfermeras;
«       de las personas ridiculizadas por su piedad;


«      de los enfermos.

INICIACIÓN CRISTIANA

Qué entendemos por iniciación cristiana?
P. Fabián Esparafita • Avellaneda-Lanús
0. Introducción


El tema de la "iniciación cristiana", creemos, reviste suma importancia. En efecto, está relacionado directamente con el comienzo de la vida cristiana y nos refiere a la tarea central de la Iglesia de "hacer cristianos". Se destaca aún más su importancia al reconocer, por un lado, que, hacia el interior de nuestras comunidades, exige una permanente revisión y vigilancia, dado que en ella está el fundamento de la identidad de sus miembros; y que, por otro lado, en lo que hace al diálogo con otras comunidades cristianas, actúa como articulador en la continuidad y profundización de los caminos que faciliten y favorezcan la unidad ecuménica. 

Podríamos decir que la iniciación cristiana es un proceso de transformación, por el que somos introducidos definitivamente, por el designio salvador del Padre, al misterio pascual de Jesucristo, de tal forma que, regenerados como hijos de Dios y llenos del Espíritu Santo, nos identificamos progresivamente con Cristo haciéndonos uno con Él y pregustando ya de la vida nueva del Reino de los cielos. Es un itinerario gradual por el cual somos insertados en Cristo, muerto y resucitado, como miembros de su pueblo. 

Nuestro interés está puesto en la presentación de una visión unitaria y orgánica de la iniciación cristiana que nos permita contemplar este gran don sacramental.

Para abordar el desarrollo de la reflexión que pretendemos plantear hoy en esta comisión prestaremos atención, en primer lugar de modo introductorio- a la evolución histórica de la iniciación cristiana, considerando la distinción de los elementos sacramentales que la componen y su mutua implicancia. Entendemos que a lo largo de la historia este proceso sufrió modificaciones por adaptarse a distintas circunstancias, conformando así cierto tipo de "modelos de iniciación cristiana", que por nuestra parte tipificamos en cuatro y los llamaremos por lo que consideramos su característica principal. Así distinguiremos: el catecumenal, el habitual, el escolar, el "kaino-catecumenal".

En segundo lugar, presentado este proceso evolutivo de la Iniciación Cristiana, ofreceremos una reflexión acerca de la iniciación cristiana en cuanto sacramento, sin dejar de reconocer lo que cada uno de los sacramentos actúa propiamente, observaremos la influencia que tienen en el proceso global y cómo se articulan en mutua interrelación. "Los sacramentos del bautismo, de la confirmación y de la santísima Eucaristía están tan íntimamente unidos entre sí" de modo que podemos afirmar que la Iniciación Cristiana es como "un gran sacramento". Al reflexionar sobre la "íntima unidad" que existe entre los tres sacramentos mencionados señalaremos la importancia por la cual se nos advierte que esta unidad "debe ser salvaguardada". 

Teniendo en cuenta que, como desarrollaremos más adelante, consideramos sacramento a aquella acción simbólica dialogal y eclesial por la cual Dios comunica su gracia a los hombres, contemplaremos al "gran sacramento de la iniciación cristiana" desde una triple perspectiva: la dimensión cristocéntrico-trinitaria, la dimensión eclesiológica y la dimensión antropológica.

La iniciación cristiana hace al hombre participar del Misterio de Dios, y lo invita a transformar su historia en historia de salvación; "no es otra cosa que la primera participación sacramental en la muerte y resurrección de Cristo". Así pues, por la iniciación cristiana los fieles son sumergidos en el Misterio de Dios, uno y trino, adquiriendo de este modo una identidad trinitaria; introducidos en la intimidad de Dios, los hombres somos invitados a participar en la relación de Jesús con el Padre en el Espíritu. 

Por la iniciación cristiana los creyentes son hechos miembros del Cuerpo de Cristo, participan de aquel misterio de comunión y misión que es la Iglesia. Durante el catecumenado son preparados y acompañados por ella. Por el bautismo, son incorporados, por la confirmación, son más estrechamente ligados, por la eucaristía son asimilados en la plena comunión, no confusamente, sino cada uno según su condición. La celebración de la iniciación cristiana genera un vínculo sacramental de unidad entre los fieles, establece el fundamento de la comunión entre ellos. 

Quienes participan y celebran este gran sacramento son transformados en "una nueva creación". A través del catecumenado progresan en su camino de conversión. Por el bautismo, no sólo son purificados de todos los pecados, sino que, cada "neófito, es hecho "partícipe de la naturaleza divina". Por la crismación son sellados con el don del Espíritu. Por la Eucaristía, son introducidos en el tiempo del pleno cumplimiento de las promesas y saborean de antemano el Reino de Dios", palpitan definitivamente la vida eterna. 

En la conformación de los modelos de iniciación cristiana las disposiciones de los sujetos que intervienen -tanto del ministro como del catecúmeno- han generado interrogantes que implicaron nuevas profundizaciones en la reflexión dogmática de la teología de los sacramentos. Podemos decir que objetivamente la Iniciación es un don ofrecido a los hombres. Ahora bien, la dinámica de administración y la apropiación subjetiva de ese don tienen ciertos condicionantes -que tienen que ver con las responsabilidades de los agentes que intervienen y los modos de desarrollarlas, así como los ámbitos en los cuales se desenvuelven- que no podremos dejar de considerar desde nuestro interés como catequistas, a la hora de presentar una reflexión sistemática, unitaria e integral de la iniciación cristiana.

Finalmente intentaremos señalar ciertos interrogantes que surgen desde lo reflexionado e indicar las repercusiones pastorales que debieran seguirse.
1. Modelos de iniciación cristiana
Desde los tiempos apostólicos, para llegar a ser cristiano se sigue un camino y una iniciación que consta de varias etapas. Este camino puede ser recorrido rápida o lentamente. Y comprende siempre algunos elementos esenciales: el anuncio de la Palabra, la acogida del Evangelio que lleva a la conversión, la profesión de fe, el Bautismo, la efusión del Espíritu Santo, el acceso a la comunión eucarística" .

Si bien la expresión Iniciación Cristiana no es usada en todo el Nuevo Testamento, sin embargo aparece referido el proceso por el cual quienes tienen cierta inquietud por el misterio del Señor Jesús, van asumiendo para sí el proyecto de esta Vida Nueva que Él propone, se transforman interiormente por la conversión y la fe, y se incorporan y participan plenamente del misterio de Cristo y de su Iglesia.

Vemos como, ante la predicación de Pedro en Pentecostés, aquellos visitantes procedentes de todas partes, conmovidos por sus palabras preguntan "¿qué debemos hacer?" a lo cual Pedro respondió: "Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo", y advierte quien nos predica aquel acontecimiento que "los que recibieron su palabra se hicieron bautizar; y ese día se unieron a ellos alrededor de tres mil" e inmediatamente después se nos relata la vida habitual de aquellos discípulos en la que "todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. [...]Y cada día, el Señor acrecentaba la comunidad con aquellos que debían salvarse". 

Los Hechos de los Apóstoles recoge y nos anuncia numerosos acontecimientos en los que la Iglesia primitiva vivía, de modo implícito, este proceso de iniciación; otro tanto en la documentación paulina. 

La comprensión que la Iglesia primitiva tiene del mandato misionero de Jesús , la percibimos en la predicación de Pedro en Pentecostés, donde traduce aquel mandato como llamada a la conversión e invitación al bautismo para participar de la Vida Nueva que Jesús ofrece.

A partir del siglo II, disponemos de una información cada vez más detallada sobre el desarrollo de la iniciación cristiana y sobre su significado.


1.a. Modelo catecumenal
En el modelo catecumenal vinculamos la experiencia y reflexión de los primeros siete siglos de vida de la Iglesia. Este modelo podría sintetizarse en la célebre expresión de Tertuliano "cristiano no se nace, sino que se hace", y se estructura sobre la base de los textos del Nuevo Testamento que esbozan una cierta trilogía sincrónica en el devenir cristiano, constituida respectivamente por la predicación, por la fe-conversión y por la experiencia sacramental. En ese tiempo, caracterizado por una sociedad y culturas paganas, la mirada está puesta prioritariamente en los adultos a quienes para hacerse cristianos se les propondrá un itinerario complejo, multiforme, dilatado en el tiempo, para garantizar la seriedad de su conversión y formar los espíritus en el conocimiento de las Escrituras y en la estimulación de costumbres inspiradas en ellas. La celebración sacramental estará precedida de la aceptación explícita y libre de la fe en Cristo. Se pueden distinguir en este modelo cuatro etapas que se realizan conforme al discernimiento de los responsables: el precatecumenado, momento kerigmático o de primera evangelización, que sirve para madurar y afirmar una orientación inicial hacia Cristo; el catecumenado, que tiene una duración prolongada -unos tres años- y que supone una fase intensa de formación cristiana integral; la etapa ritual, que supone una preparación inmediata de catequesis y ritos previos, desarrollada con más intensidad durante la última cuaresma, en la que tiene un lugar de preeminencia la figura del obispo y la celebración unitaria de los tres sacramentos de la iniciación, en torno a la Pascua; y, un momento mistagógico, para profundizar en las consecuencia vitales de los misterios celebrados. Entre los siglos VII y VIII, el modelo catecumenal, podríamos decir que desapareció completamente -su transformación ya había comenzado hacia el final del siglo V-. 

1.b. Modelo habitual
Por entonces en el mundo, al que la Iglesia había sido enviada y cuyos límites identificaba en ese momento con la actual Europa y costas del Mediterráneo -norte de África y este de Asia-, se desarrolla una nueva realidad cultural. A lo largo y a lo ancho de la extensión del imperio romano se va conformando lo que podríamos llamar una societas christiana, en la cual todos son cristianos y en la cual se da plena y automática identificación entre "hombre" y "cristiano", entre la "sociedad civil" -Imperio- y la "sociedad religiosa" -Iglesia-: en este tipo de sociedad "no se puede nacer y no ser cristiano".

La organización y definición del territorio encomendado a los obispos para su cuidado pastoral, agregará un elemento nuevo a la reflexión sobre la unidad dinámica de la iniciación ya que muchas veces la extensión territorial excede las posibilidades reales de atención, y generalmente, con dos realidades sociológicamente distintas, la comunidad circundante a la sede episcopal y las comunidades rurales.

El modo de enfrentar estos desafíos estará acompañado de la reflexión que permita entender las nuevas respuestas pastorales y se plasmarán en esquemas rituales que expresan la comprensión teológica y sacramental de la iniciación cristiana como tal.

En este modelo, al que llamamos habitual, las etapas descritas en el catecumenal experimentarán significativos cambios. En una sociedad que se confiesa y es culturalmente cristiana no hace falta el primer anuncio que provoque la fe o busque una adhesión inicial a Cristo, ésta, de alguna manera, se da habitualmente. La propia sociedad civil, sociológicamente unida a la Iglesia desempeña de modo espontáneo la función de un catecumenado social que integraba a todos en un mismo horizonte de comprensión y sentido. La familia desarrolla habitualmente la iniciación en la fe de sus hijos. 

Los interlocutores adultos del modelo catecumenal dejan paso en éste a los destinatarios infantes y por tanto la etapa del catecumenado propiamente dicha deja de tener aquella acentuación de reflexión y profundización en la Palabra de Dios y pasa a poner el acento en su dimensión ritual. La administración de los sacramentos deja de tener su centro en la Pascua y su lugar se extiende más allá de la sede episcopal. Esto, al menos en occidente, tendrá una consecuencia ritual: una progresiva ruptura de la celebración unitaria de los sacramentos. 


1.c. Modelo escolar
A partir del siglo XVI aquella societas christiana se ve profundamente conmocionada: los duros cuestionamientos protestantes y una fuerte corriente de renovación interior desembocaron en el concilio de Trento a partir del cual entendemos se conformará un nuevo modelo que podríamos llamar escolar. Estamos ante una sociedad que conserva una concepción cultural propia del medioevo pero que entiende que si bien cristiano se nace, "para ser cristiano en serio hay que conocer la fe".

Este nuevo modelo es muy similar al anterior, salvo que en él se acentuarán algunos aspectos. También en éste se supone que la fe es algo dado: se nace en una familia cristiana que respira una cultura cristiana y vive en una sociedad estructurada cristianamente. Si bien después del Concilio de Trento se busca difundir también la práctica de un adoctrinamiento de adultos, los niños siguen siendo los destinatarios de la iniciación cristiana con una fuerte acentuación ritual. Sin embargo ante los serios cuestionamientos que se difunden por entonces hay que fortalecer la instrucción religiosa para conocer lo que se es, y así poder vivir en plenitud y defenderse de los errores que se divulgan. El descubrimiento de "nuevos mundos" renovará en la Iglesia el entusiasmo misionero y un nuevo cuestionamiento en torno a la iniciación cristiana que la llevará a proponer, desde la experiencia vivida, otros modos y otra dinámica en la preparación y celebración sacramental. Aquella marcada insistencia tridentina en torno a la formación doctrinal llevará al cuestionamiento de las edades más oportunas y de las cualidades necesarias del sujeto para la recepción de cada sacramento de la iniciación, precipitando en la ruptura definitiva de la unidad original de la iniciación cristiana de los primeros tiempos.

1.d. Modelo kaino catecumenal
Desde mediados del siglo XX la Iglesia ha reconocido y señalado que la sociedad vive un proceso de secularización que afecta las raíces más profundas de sus costumbres y convicciones; proceso que tiene múltiples causas pero cuya manifestación más clara es el olvido de Dios o la indiferencia religiosa y una alteración de los valores que ordenan las relaciones humanas. El Vaticano II y el magisterio posconciliar abordarán esta situación proponiendo un nuevo modelo de iniciación cristiana, que nosotros llamamos kaino-catecumenal. Aquel modelo "catecumenal" ha sido restaurado por el Concilio Vaticano II para los países de misión y, a discreción del Obispo propio, para cualquier diócesis.


"La ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo […] De ahí que hay que hacer todos los esfuerzos con vistas a una generosa evangelización de la cultura, o más exactamente de las culturas". 

El modelo al que ahora nos referimos ha de estar marcado por un fuerte acento evangelizador, que debería ir más allá de un primer momento. Reconociendo que la evangelización es un proceso complejo habría que procurar que sus variados elementos -renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explícito, adhesión del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de apostolado- no sean propuestos ni vividos como momentos aislados, sucesivos o excluyentes, sino como complementarios y mutuamente enriquecedores. Sin dejar de velar por los infantes habrá un fuerte reclamo por la evangelización de los responsables de su educación. Está claro que los bebés no pueden responder por sí mismos en este proceso evangelizador pero sí sus padres, padrinos y educadores en general. Se urgirá la recuperación del catecumenado, tanto de adultos como de niños en edad escolar, esto es, con uso de razón. Se insistirá en destacar la importancia de la celebración unitaria de los sacramentos para que se ponga de manifiesto "la unidad del misterio pascual, la relación entre la misión del Hijo y la efusión del Espíritu Santo". Si bien se respetan las variadas fechas en que ésta puede celebrarse se acentúa la importancia de la Pascua y se resalta la figura del obispo, a quien nosotros aplicaremos el apelativo de ministro originario de la iniciación cristiana. Aquel momento mistagógico del modelo catecumenal unido a la convicción de que la evangelización ha de ser un proceso de permanente actualización, creemos, ha derivado en la conformación de lo que se llama itinerario catequístico permanente.

Modelo
Catecumenal
Habitual
Escolar
Kaino Catecumenal
Ambiente cultural
Sociedad y culturas paganas
Societas Christiana
Societas Christiana "cuestionada" por los protestantes
Cultura y sociedad afectadas por el "secularismo"
Frase característica
"Cristiano no se nace, sino que se hace"
"No se puede nacer y no ser cristiano"
"Para ser cristiano en serio hay que conocer la fe"

Destinatario principal
Adulto
Infantes
Niños
Niños y adultos
Dinámica
Catecumenado
Celebración unitaria de los Sacramentos
Mistagogía
Celebración unitaria (y separada) de los Sacramentos
Catequesis Familiar
Celebración Separada y distanciada de los Sacramentos 
Catequesis escolarizada
Reclamo por celebración unitaria
Catequesis Kerigmática
Catecumenado
ICP Mistagógico
Predicación
Conversión
Fe
Sacramentos
Celebración 
Sacramentps
Vida "cristiana"
Bautismo
Doctrina Cristiana
Comunión
Confirmación
Bautismo
Catecumenado niños
Confirmación
Eucaristía
ICP
Tiempo
Pascua
Pascua
Pentecostés
Quam primum
Cualquier fecha
Quam primum
Revalorizar la Pascua
Ministro Ordinario
Obispo
Obispo
Presbíteros
Obispo
Presbíteros 
etc.
Obispo ministro originario


Algunos interrogantes
¿A qué nos referimos cuando hablamos de la "iniciación cristiana"?
- Se trata de volver a algo remoto, a un esquema preconciliar…?
- Se trata de usar un lenguaje distinto para lo que hicimos siempre?
- Se trata de agregar una nueva exigencia catequística?
- Se trata de cuestionar de nuevo el orden de los sacramentos?

• Teniendo en cuenta que partimos de aquella afirmación del Catecismo: "Desde los tiempos apostólicos, para llegar a ser cristiano se sigue un camino y una iniciación que consta de varias etapas. Este camino puede ser recorrido rápida o lentamente. Y comprende siempre algunos elementos esenciales: el anuncio de la Palabra, la acogida del Evangelio que lleva a la conversión, la profesión de fe, el Bautismo, la efusión del Espíritu Santo, el acceso a la comunión eucarística".
• ¿Qué repercusiones prácticas-pastorales vislumbramos al hablar de la IC como un "proceso de transformación progresiva"?
• Hablamos de un itinerario-camino-proceso que se recorre rápido o lentamente… ¿De qué o quién depende?
• Hablamos de un proceso-camino en el que catequesis, celebración, mistagogia son momentos integrantes… ahora bien ¿qué lugar ha de ocupar cada uno? ¿de qué manera deben interactuar? ¿De qué manera influyen o deberían hacerlo ministros, agentes pastorales y catecúmenos…?
• Predicación, Conversión, Catequesis, Sacramentos, Mistagogia: ¿Palabras que estructuran una teoría o acontecimientos que tejen una historia?
• Desde el contexto de la evolución histórica, en el marco del modelo kaino-catecumenal: 
• Catecumenado ¿es lo mismo que Catequesis presacramental?

• ¿Existe en la actualidad el catecumenado de adultos o de "niños en edad escolar"?
• Donde se ha constituido, ¿cómo se desarrolla? son ciclos que se "pasan"; procesos que se "viven"; exigencias que se "cumplen"; requisitos que se "verifican"…?

A continuación seguiríamos trabajando:

2. La iniciación cristiana: "un gran sacramento".
En este apartado dialogaríamos desde el concepto de "sacramento" para reconocer en el la unidad de la iniciación cristiana y trataríamos de vislumbrar el alcance de las consecuencias de este concepto.

3. La Iniciación cristiana una interacción dinámica. 
En este apartado abordaríamos el tema de las responsabilidades de ministros y agentes pastorales que intervienen en la preparación, desarrollo y acompañamiento de la iniciación cristiana de niños, jóvenes y adultos; la valoración de la comunidad como "origen, lugar y meta" de la IC.

En ambos "talleres" trabajaríamos a partir del diálogo sobre "algunos interrogantes". La importancia de plasmar las convicciones en un "proyecto global de catequesis, articulado y coherente" .
2. La Iniciación Cristiana: Un gran Sacramento

Un gran sacramento.
I
ntentaremos ahora profundizar en una visión integradora y orgánica de la iniciación cristiana.

Esta visión integral de la iniciación abarca la evangelización y las diversas formas del ministerio de la Palabra en orden a suscitar la conversión y la fe de los catecúmenos y de los fieles. Esta mirada global e integradora que tiene su fundamento en el Nuevo Testamento, en los Santos Padres y en la liturgia de los primeros siglos nos permite reconocer que la celebración de los sacramentos es sin duda el momento descollante, el de una expresividad deslumbrante, que a la vez requiere de un proceso de preparación -catecumenado- y de una etapa de asimilación -mistagogia-. Es fundamental, a nuestro entender, superar el aislacionismo doctrinal y pastoral con que han sido tratados los sacramentos de la iniciación y procurar ofrecer una mirada articulada por la interrelación mutua de los sacramentos del bautismo, de la confirmación y de la eucaristía, sin olvidar que esta última y sólo ella, es el culmen de este proceso.

Hemos definido inicialmente a la IC como un proceso de transformación en el que quien participa va identificándose progresivamente con Cristo y esto a través de un itinerario gradual.

Por ser un proceso supone etapas, no necesariamente consecutivas, pero sí mutuamente implicadas y orientadas a una misma finalidad. Proceso caracterizado por el anuncio y por la escucha de la Palabra de Dios, por la celebración de los Sacramentos y por el testimonio de fe, esperanza y caridad.

Por ser un proceso de transformación supone cambios, de tal manera que quien participe asuma una nueva identidad, y que ésta se manifieste en su comportamiento personal y comunitario.

Un proceso de transformación progresiva supone normalmente grados de desarrollo sucesivo, que tenga en cuenta "la lentitud de la madurez psicológica e histórica y la espera de la hora en que Dios lo haga eficaz".

Los momentos que componen esta iniciación guardan entre sí una íntima unidad, constantemente reclamada por el Magisterio, muy insistentemente desde el Concilio Vaticano II, y expresado de un modo vivo y elocuente en el Catecismo de la Iglesia Católica cuando afirma que mediante los sacramentos de la iniciación cristiana, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, se ponen los fundamentos de toda vida cristiana. "La participación en la naturaleza divina, que los hombres reciben como don mediante la gracia de Cristo, tiene cierta analogía con el origen, el crecimiento y el sustento de la vida natural. En efecto, los fieles renacidos en el Bautismo se fortalecen con el sacramento de la Confirmación y, finalmente, son alimentados en la Eucaristía con el manjar de la vida eterna, y, así por medio de estos sacramentos de la iniciación cristiana, reciben cada vez con más abundancia los tesoros de la vida divina y avanzan  
hacia la perfección de la caridad". 

Y entre las reflexiones ofrecidas al término del Sínodo de obispos sobre la evangelización de América se insiste
La comunión de vida en la Iglesia se obtiene por los sacramentos de la iniciación cristiana: bautismo, confirmación y Eucaristía. [...] Estos sacramentos son una excelente oportunidad para una buena evangelización y catequesis, cuando su preparación se hace por agentes dotados de fe y competencia. Aunque en las diversas diócesis de América se ha avanzado mucho en la preparación para los sacramentos de la iniciación cristiana, los padres sinodales se lamentaban de que todavía son muchos los que los reciben sin la suficiente formación. 

Sabiendo, pues que "los sacramentos del bautismo, de la confirmación y de la santísima Eucaristía están tan íntimamente unidos entre sí, [y] que todos son necesarios para la plena iniciación cristiana" nos preguntamos ¿en qué consiste esta "necesidad"?, ¿qué significa propiamente la expresión "plena iniciación cristiana"?, ¿a qué se refiere el Magisterio al insistir sobre la "íntima unidad" que existe entre los tres sacramentos mencionados?, ¿por qué advierte que esta unidad "debe ser salvaguardada" ?

Si "los tres sacramentos de la iniciación cristiana se complementan entre sí de tal manera, que conducen a su desarrollo total a los fieles, para que realicen en la Iglesia y en el mundo la misión encomendada a todo el pueblo cristiano" ; ¿cómo prepararse y celebrarlos para que se perciba en ello "la unidad del misterio pascual, la relación entre la misión del Hijo y la efusión del Espíritu Santo" ?.

El Concilio Vaticano II en uno de sus primeros documentos, nos permite advertir que la gran preocupación es y sigue siendo la íntima unidad que debe vincular a los sacramentos que componen la iniciación cristiana: "revísese también el rito de la confirmación, para que aparezca más claramente la íntima relación de este sacramento con toda la iniciación cristiana". 

Entendemos que si recomienda el documento conciliar "que aparezca más claramente" es porque ciertos usos rituales no presentarían nítidamente aquella "íntima relación" y al concluir "con toda la iniciación cristiana", percibimos que el peso de la proposición está puesto allí, en el reconocimiento del proceso global e integrador de la iniciación, en el que cada momento ha de estar articulado y en permanente referencia.

Si bien es cierto que la expresión IC hace referencia, principalmente, a los sacramentos del bautismo, la confirmación y la eucaristía, sin embargo, no se agota en ellos. El Concilio Vaticano II afirma que éstos "son sacramentos de la iniciación cristiana" . El uso del genitivo initiationis christianae nos permite reconocer que aquellos sacramentos están íntimamente vinculados entre sí y relacionados con un acontecimiento que les da unidad de comprensión a tal punto que numerosos autores hablan del "gran sacramento de la iniciación cristiana".

Ahora bien, el concilio de Trento ha afirmado categóricamente que los sacramentos no son ni más ni menos que siete y entre los enunciados no figura la iniciación cristiana. Cabe entonces preguntarnos, ¿podemos hablar de la iniciación cristiana como un "gran sacramento"?. Entendemos que el concepto sacramento no es unívoco sino análogo ya que el mismo magisterio nos habla de la Iglesia como sacramento universal de salvación , y ésta tampoco figura entre los siete mencionados en Trento. De allí que el primer punto que desarrollaremos en nuestra reflexión sobre la iniciación procurará describir en qué sentido utilizamos nosotros la expresión gran sacramento de la iniciación cristiana.

Al referirnos entonces a la Iniciación cristiana como un gran sacramento, reconocemos que toda ella, considerada en su conjunto, es como un sacramento. Es decir que la IC revela y posibilita una participación humana en el misterio de Dios. Toda ella es un signo eficaz de la gracia, una acción simbólica dialogal; en la que admirablemente Dios interviene tomando la iniciativa, esperando una activa participación del hombre que le responda vitalmente, involucrándose en el acompañamiento y en la respuesta, la comunidad eclesial.

La iniciación cristiana invita al hombre a participar del Misterio de Dios, a transformar su historia en historia de salvación. Le es propuesta una vida, la misma vida de Cristo , que solo se percibe desde la fe. 

"La salvación es ofrecida a todos los hombres". En el hecho de la Redención está la salvación de todos, "porque cada uno ha sido comprendido en el misterio de la Redención y con cada uno Cristo se ha unido, para siempre, por medio de este misterio". La iniciación cristiana procura, como decíamos al principio, hacer cristianos, ya que como tal no se nace . Hacerse cristiano es fundamentalmente ser injertados en el misterio de Cristo muerto y resucitado, que no es un mito, sino un Acontecimiento histórico salvífico. Por eso ser cristiano no es un hecho "natural", sino que sobreviene a la existencia fruto de la gracia que se ofrece y que libremente se acepta. En este sentido decimos que la IC es una acción en la que Dios toma la iniciativa y espera del hombre una respuesta.

La iniciación cristiana es memorial ya que le permite al hombre participar de aquel acontecimiento salvador acaecido en Jerusalén y que atraviesa toda la historia ofreciendo la salvación de Dios a todos los hombres de todos los tiempos entre los cuales se encuentra él. La IC es, pues, memorial de la Pascua: recuerda lo acontecido en la primera Pascua de Jerusalén, celebra la Pascua del creyente, anticipa la gloria de la Pascua definitiva.

La IC es pues, un gran sacramento: signo eficaz de la gracia; acción simbólica eclesial y dialogal por la que los hombres participamos de la redención obrada por Jesús…

Cristo vive y actúa en su Iglesia y con ella. Cristo por los sacramentos comunica los frutos de su Misterio pascual en la celebración de la liturgia sacramental de la Iglesia.

Esta acción se manifiesta, se celebra, a través de un sintagma de símbolos y signos.

La Iglesia, pues, dispensadora de los misterios de Dios, en la iniciación cristiana, por el catecumenado permite reconocer la gratuita y amorosa iniciativa de Dios y disponer al hombre para dar una libre y radical respuesta; por la celebración sacramental ofrece al hombre la participación en el Misterio Pascual de Cristo y lo capacita para responder vitalmente; por la mistagogia suscita en el hombre la acción de gracias a Dios, por los dones recibidos y por la pregustación de los bienes escatológicos, y lo alienta a transitar el Camino de la Vida Nueva.

La celebración sacramental nos ofrece una verdadera sinfonía de símbolos orientados a expresar aquella participación del misterio redentor por el cual el hombre, es sumergido para "morir" a la vida de pecado, es lavado, con el agua pura, de toda corrupción y emergido para transitar una vida nueva -bautismo-, es revestido con la plenitud del Espíritu Santo y plenamente incorporado en la comunión eclesial -confirmación- para sentarse con los hermanos a participar del banquete escatológico y ser transformado en aquello que recibe -eucaristía bautismal- hasta que definitivamente Cristo sea todo en todos.

Por esto mismo y según nuestra perspectiva la alteración del orden sacramental dañaría el valor simbólico de la iniciación.


La perspectiva que los rituales expresan, dentro de un perfil doctrinal, acerca de la consideración unitaria de los tres sacramentos y su orden tradicional de bautismo-confirmación-eucaristía es suficientemente explícita, sin embargo una práctica pastoral, ampliamente extendida entre comunidades de la Iglesia Católica, en Europa y América, ha invertido el binomio "confirmación-eucaristía" por el de "eucaristía-confirmación", y separando cada vez más entre sí la administración de los tres sacramentos que conforman la iniciación cristiana, argumentando razones que se validarían por su oportunidad pastoral; pero esta decisión crea serias dificultades a la globalidad simbólica de la iniciación: ¿cómo hablar de la eucaristía como "cima de la iniciación cristiana", cuando, en su celebración, precede a la confirmación?, sin duda que la confirmación es uno de los momentos de esta iniciación pero ¿se la debe ubicar como culminación de este proceso?

Creemos que la ubicación de la confirmación en el proceso de la iniciación cristiana, no es un tema menor, ya que nos parece que influye directamente a la valoración misma del sacramento. 

Si bien no desconocemos opiniones contrarias, no obstante nos parece conveniente insistir que la alteración del orden sacramental afecta a su carga simbólica.

El calificativo de "dialogal" con el que consideramos a la acción sacramental de la iniciación cristiana surge por cuanto ésta encierra un dinamismo por el que la propuesta de Dios espera siempre una nueva respuesta actualizada por parte del hombre. Este gran sacramento no es un acto cerrado, clausurado en la celebración de cada rito, sino abierto a sucesivas respuestas, no siempre en el mismo sentido por parte del hombre. De allí que entendemos la iniciación cristiana no como un proceso lineal de crecimiento progresivo sino un proceso transformador en el que la garantía de crecimiento está ofrecida y anticipada gratuitamente por Dios y la eficacia del mismo está en estrecha relación con la libre respuesta del hombre. Aunque el hombre a lo largo de este diálogo salvífico demore su respuesta, responda negativamente o con indiferencia, la propuesta de Dios estará siempre abierta para él, expectante, como el "padre misericordioso" de la parábola narrada en el Evangelio según san Lucas. Podríamos decir que en cada respuesta "histórica" del hombre se dinamiza la eficacia de la acción sacramental, esperando la plenitud del eschaton en que nuestra respuesta se identifique con la de Cristo.

Es pues una acción sinérgica con una dinámica dialogal entre Dios y el hombre, en la Iglesia. Acción abierta espontáneamente por iniciativa divina, que no se ajusta a los méritos de aquellos a quienes va dirigida, que los deja libres para acogerla o rechazarla. Así la Iglesia en la IC procurará estimular la respuesta del hombre por los legítimos caminos de la educación humana y de la persuasión interior. Facilitará los medios para que se haga posible a todos; a todos se destina la salvación sin discriminación alguna; a no ser que alguien la rechace o insinceramente finja acogerla. Acción que ha de respetar los grados de desarrollo sucesivo. 

La iniciación cristiana es una acción simbólica dialogal y eclesial. Acción celebrada por, en y para la Iglesia (Enviada, Testigo y Comunidad de salvación). La Iglesia está toda ella comprometida, involucrada en la iniciación de aquellos que movidos por el Espíritu Santo han querido y quieren participar del misterio salvífico revelado en Jesucristo. Por eso decimos que la Iglesia como madre solícita engendra, alumbra, fortalece y nutre a sus hijos con la vida de Dios que le ha sido confiada. Los acompaña en su crecimiento y como "el buen samaritano" cuando los ve heridos, olvidados o maltrechos, los cura y cuida con la misma gracia de Dios con que ella misma es a su vez sostenida.

Si bien es cierto que la acción de la gracia vincula al hombre con Dios, es cierto también que esta acción esta mediada y sujeta a las condiciones de la misma encarnación. La Iglesia, depositaria del mandato evangelizador, recibe históricamente en los apóstoles -destinatarios originarios- aquel mandato pascual de bautizar. El obispo, en cuanto sucesor de los apóstoles, es el primer responsable de esta misión en su diócesis. Nos parece oportuno destacar aquí la cuestión del ministro de la iniciación cristiana. Consideramos que su incidencia es tal que afecta notoriamente a la carga simbólica de la celebración sacramental. Por nuestra parte destacamos y llamamos al obispo "ministro originario" de la iniciación; originario entendido como primario, sucesor de los que recibieron primero aquella misión; como aquel que por su ministerio en la Iglesia la celebre normalmente y, si le resultare imposible, vele porque la completa iniciación cristiana de quienes lo solicitan no sea negligida. "Su presencia en la comunidad parroquial que, por la pila bautismal y la Mesa eucarística, es el ambiente natural y ordinario del camino de la iniciación cristiana, evoca eficazmente el misterio de Pentecostés y se demuestra sumamente útil para consolidar los vínculos de comunión eclesial entre el pastor y los fieles". Teniendo en cuenta que la magnitud de la tarea pastoral y las dilatadas dimensiones de sus territorios diocesanos conminan a los obispos a delegar muchas veces la celebración sacramental de la iniciación cristiana y, asumiendo que los presbíteros, son "necesarios colaboradores y consejeros" del obispo, estimamos que, sin detrimento de lo sostenido más arriba, particularmente a los que tienen oficio vinculado a la cura de almas -los párrocos-, podría considerárselos ministros de la iniciación cristiana con capacidad ordinaria, pero delegada en virtud del mismo oficio que ejercen, para administrar los tres sacramentos.

Nos parece oportuno señalar la convicción eclesiológica que articula nuestra comprensión de la iniciación cristiana. La Iglesia es ella misma un misterio. Y en cada acción sacramental profundiza y actualiza la conciencia de ese misterio a la vez que goza de su fruición anticipada en cada celebración. La Iglesia se sabe administradora de este misterio, se sabe portadora, no dueña, con la responsabilidad de ofrecer, de llevar a todos los hombres la Buena Noticia de que están invitados, como ella, a participar de este misterio. De allí que plantear como dicotomía irreconciliable el binomio evangelización-sacramentalización es un absurdo. No son más que dos aspectos de un mismo proceso, abiertos el uno al otro y expectantes de ulteriores desarrollos. La Iglesia es un misterio de comunión. Comunión que se alcanza por la identificación con Cristo, comunión que será plena y definitiva "cuando Cristo entregue el Reino a Dios, el Padre. […] Cuando él diga: "Todo está sometido", […], el mismo Hijo se someterá también a aquel que le sometió todas las cosas, a fin de que Dios sea todo en todos". Mientras tanto aquella comunión está sujeta a nuestra condición de peregrinos y por eso sometida históricamente a las variables circunstanciales de las respuestas humanas. Consciente de las debilidades a que se ve sometida en sus miembros, la Iglesia, sacramento de aquel misterio de comunión procura restablecer y afianzar la comunión. La iniciación cristiana es participación eficaz del misterio de comunión y es invitación permanente para convocar a los que aún no lo conocen, para afirmar a los que se han iniciado y para atraer a los que se han alejado.

Teniendo en cuenta que la iniciación cristiana en cuanto sacramento implica en su celebración una interacción dinámica de dos sujetos, entre los cuales intervienen una multiplicidad de mediaciones dediquemos una consideración especial a lo que llamamos las disposiciones del sujeto refiriéndonos de este modo a quien recibe la gracia como don. No hemos de abordar la ponderación de quien se resiste interiormente a recibir la gracia o la de quien finge estar dispuesto a recibirla por cuanto consideramos que no estaría en directa relación con el tema abordado. Sin embargo desde nuestra responsabilidad como comunidad catequística deberíamos ponderar la incidencia de aquellas otras mediaciones para la eficacia sacramental, tales como las condiciones en que se celebran los sacramentos, o los recursos catequísticos de los que se valen los agentes pastorales, o la calidad de trato de la comunidad en que los interesados son recibidos.

La consideración respecto de la "edad" de quien sea invitado a participar del gran sacramento de la iniciación, no deja de ser un tema importante por entender que es uno de los temas disparadores de las alternativas pastorales.

La consideración de los sacramentos como acciones en las que Dios toma la iniciativa expectante de una respuesta eficaz del hombre, nos exime de volver aquí sobre la cuestión de administrar o no a los bebés o a las personas sin uso de razón, los sacramentos de la iniciación ya que no se trata de la entrega histórica de un rito regalado sino de la celebración de una acción memorial que se abre paso hacia la eternidad. Por eso mismo nos permitimos llamar la atención sobre una conducta que está en estrecha relación con la dimensión eclesial de la iniciación cristiana.

La Iglesia al preparar y celebrar los sacramentos no entrega cosas de las cuales se desentiende una vez repartidas, -no arroja perlas a los chanchos-, sino que a través del acontecimiento sacramental expresa su realidad más profunda: celebra un misterio por el que quienes intervienen son engendrados o renuevan en sí mismos por la gratuita iniciativa de Dios una Vida nueva, trascendente, eterna y se establece entre ellos un vínculo del que la Iglesia misma es responsable y ha de procurar que ése alcance su mayor eficacia, por el acompañamiento, por la reconciliación, por el crecimiento.

Temer o poner óbices pastorales para la celebración integral de la iniciación cristiana, es olvidar que la celebración de este gran sacramento no es el término o punto final de una relación sino inicio, apertura, disposición para crecer en la comunión con Dios y con los hermanos. La celebración de los sacramentos no es entrega de trofeos o reparto de premios a los méritos de quienes los reciben sino la administración de un don que dispone y capacita para actuar meritoriamente en el seguimiento de Jesucristo.

"La iniciación cristiana no es otra cosa que la primera participación sacramental en la muerte y resurrección de Cristo" .

Vuelvo a mencionar tres dimensiones que nos permitirían prolongar nuestra reflexión sobre la iniciación cristiana (pero que será en otra oportunidad):La dimensión cristocéntrico-trinitaria: Por la iniciación cristiana los fieles son sumergidos en el Misterio de Dios, uno y trino, adquiriendo de este modo una identidad trinitaria; los hombres son introducidos en la intimidad de Dios e invitados a participar en la relación de Jesús con el Padre en el Espíritu. Desde esta dimensión podríamos reflexionar acerca de la IC como acción del Dios Trinitario, como conversión al Dios Trinitario, como inserción en la Vida del Dios Trinitario.

La dimensión eclesiológica: Por la iniciación cristiana los creyentes son hechos miembros del Cuerpo de Cristo, participan de aquel misterio de comunión y misión que es la Iglesia. Desde esta dimensión contemplaríamos cómo por la IC la Iglesia "Madre" engendra nuevos hijos, los alumbra, los fortalece y los nutre; por la IC somos incorporados al Misterio de la Iglesia; por la IC la Iglesia capacita a sus hijos para la misión.

La dimensión antropológica: Quienes participan y celebran este gran sacramento son transformados en "una nueva creación". Así pues, podríamos reflexionar desde una dimensión objetiva cómo la IC transforma la condición humana, la diviniza, y anticipa su glorificación; y desde una perspectiva subjetiva cómo el hombre, cada hombre, se apropia o puede apropiarse de esa gracia.

Al cabo de estas reflexiones creemos estar avalados para llamar a la iniciación cristiana como el gran sacramento ofrecido a los hombres para participar eficazmente del Misterio Pascual de Cristo, incorporándose en el Misterio de comunión que es la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y disfrutando de los bienes escatológicos al vivir una vida nueva en Cristo.


Algunos interrogantes:
¿Cuál es nuestro concepto de "sacramento"? ¿De qué modo ilumina nuestra pastoral sacramental -preparación, celebración, perseverancia?
• ¿Subyace aún la disyuntiva evangelización-sacramentalización? ¿Cómo superarla?
• ¿Qué pasos dar para que la IC se perciba y se viva como el "gran sacramento" por el que se ponen "los fundamentos de toda la vida cristiana"?
• ¿Cómo prepararse y celebrar la IC (o los sacramentos de la IC) para que se perciba en ello "la unidad del misterio pascual, la relación entre la misión del Hijo y la efusión del Espíritu Santo" ?.
• Enseña el Catecismo que "los fieles renacidos en el Bautismo son fortalecidos con el sacramento de la Confirmación y, finalmente, son alimentados en la Eucaristía con el manjar de la vida eterna". ¿Cómo hablar de la eucaristía como "cima de la iniciación cristiana", cuando, en su celebración, precede a la confirmación?
• Sin duda que la confirmación es uno de los momentos de esta iniciación pero según la naturaleza de este sacramento ¿se la debe ubicar como culminación de este proceso de iniciación? ¿Porqué?
3. La Iniciación Cristiana: Una interacción dinámica

Una lectura de la práctica catequística vigente.
La iniciación cristiana, que comienza ya con la celebración del Bautismo de los niños, normalmente dentro de los primeros meses de su vida, no presenta, en general, un adecuado acompañamiento de las familias. En los años sucesivos los niños y los padres podrían encontrar una valiosa ayuda para su crecimiento en la fe en los distintos niveles de las escuelas católicas, sin embargo no todos los bautizados participan de ellas.

Entre los 8 y 12 años, los niños son presentados por sus familias para prepararlos para su "Primera Comunión". Es allí donde encuentran abundantes propuestas para vivir y madurar la propia fe, lo que si bien puede ser una riqueza por la variedad de iniciativas no deja de ser una situación más que favorece una versión consumista de la fe por la cual se elige, cuando se puede, la que provea de mayores beneficios en el menor tiempo y con el mínimo compromiso.

En general, no obstante aquella variedad, los niños son recibidos desde los 8 años para transitar un camino de aproximadamente dos años de duración. En el transcurso de este período, si alguno no hubiere estado bautizado, recibe el Bautismo, y todos cercanos a la culminación de este tiempo, celebran su Primera Confesión, después de lo cual hacen su Primera Comunión, en distintas fechas, según las posibilidades de cada comunidad. La intervención de las familias en este período, también es variada y cada comunidad presenta un estilo diferente: desde reuniones semanales con los padres para que reciban la catequesis que ellos a su vez deben dar a sus hijos, hasta encuentros ocasionales, formativos e informativos. Se abre a partir de aquí un período, llamado en algunas ocasiones "de perseverancia" y es confiado a distintos agentes, según las comunidades; en algunos casos a instituciones o movimientos, en otros a las comunidades educativas católicas, en otros a grupos creados especialmente para ello, sin embargo no configura, en general, un adecuado acompañamiento ni de aquellos que han sido catequizados, ni de sus familias.

A partir de los 14 años son nuevamente recibidos -en general, en número significativamente menor para prepararse a recibir la Confirmación. La participación de las familias en este último período de catequesis es ínfima.

Es un honesto ejercicio de quienes somos responsables de la conducción y de la acción pastoral, el interrogarnos si esta praxis tiene una consecuente eficacia, es decir, si los niños, adolescentes y adultos que transitan estos caminos catequísticos o catecumenales que ofrecemos alcanzan el objetivo deseado: ser iniciados en la fe.

La actual pastoral catequística está caracterizada, por un activismo inquieto y apasionado, muchas veces orientado a responder a las demandas sacramentales, provocadas por una mentalidad consumista y una fe de costumbre.

Otra constatación que podemos señalar es que la actual pastoral catequística de la IC, se encuentra fragmentada en diversos momentos según el sacramento para el que preparan, que tales momentos padecen una débil e interrumpida vinculación, que, muchas veces, no inicia a la vida cristiana y otras tantas ni siquiera inicia a los sacramentos, en cuanto son escasos, ya los conocimientos asimilados, ya el fruto que produce en quienes los reciben y celebran .

Es doloroso constatar que la conclusión de la IC coincide con un abandono progresivo y generalizado de quienes participan; progresivo ya que entre quienes son bautizados y quienes reciben la Primera comunión hay decrecimiento, y entre éstos y quienes son confirmados hay un decrecimiento aún mayor, por lo cual estadísticamente los bautizados que completan la celebración de los sacramentos de la iniciación, y quienes participan de un modo perseverante en la vida de la comunidad eclesial conforman un porcentaje aún menor; y generalizado porque si bien los valores estadísticos varían de acuerdo a las diócesis, sin embargo aquel abandono afecta a todos .

Estos aspectos, que muestran una dificultad objetiva en la comunicación de la fe, pueden estar relacionados a algunas otras causas, más inmediatas, respecto a aquella fundamental de la crisis de la civilización.

La primera, es la dificultad de entrar en la comprensión teológica-pastoral de la IC que no coincide con el trabajo de sacramentalización hasta ahora desarrollado.

La segunda es la dificultad de identificar en una concreta corresponsabilidad a los sujetos que tienen a su cargo la IC (la Parroquia que convoca, los padres, los educadores, los grupos, las asociaciones).

La tercera causa está en el hecho de que la persona del catequista a menudo es elegida o aceptada más por necesidad de cubrir vacíos en el sector educativo-catequístico que por una vocación misionera; la misma formación de los catequistas a menudo es poco orgánica e inadecuada para responder a la articulación con los diversos itinerarios.

En cuarto lugar podemos señalar el escaso conocimiento y aplicación de los Documentos de la Iglesia relativos a la renovación de la IC.

P
or último una escasa experiencia visible de una comunidad cristiana comprometida en la IC, como también muchas veces la falta de una figura concreta de referencia que encarne el ejemplo de una fe madura.

4. La Iniciación Cristiana: Una interacción dinámica

4.a. Todos somos responsables.
Como hemos dicho más arriba la IC "en cuanto sacramento implica en su celebración una interacción dinámica de dos sujetos, entre los cuales intervienen una multiplicidad de mediaciones" y entre aquellas mediaciones destacamos la importancia del ministro principal que administra tal sacramento. Existen, sin embargo, otras acciones, que han de procurar una mejor disposición del sujeto para una mayor fruición de la gracia que se comunica, en las cuales todos los miembros de la Iglesia debemos sentirnos responsables.

"En la Diócesis la catequesis es un servicio único, realizado de modo conjunto por presbíteros, diáconos, religiosos y laicos, en comunión con el obispo. Toda la comunidad cristiana debe sentirse responsable de este servicio. Aunque los sacerdotes, religiosos y laicos realizan en común la catequesis, lo hacen de manera diferenciada, cada uno según su particular condición en la Iglesia" . [Y si bien] toda la comunidad cristiana es responsable de la catequesis, y aunque todos sus miembros han de dar testimonio de la fe, no todos reciben la misión de ser catequistas.

"La catequesis es una responsabilidad de toda la comunidad cristiana. La iniciación cristiana, en efecto, "no deben procurarla solamente los catequistas o los sacerdotes, sino toda la comunidad de los fieles" . La misma educación permanente de la fe es un asunto que atañe a toda la comunidad. La catequesis es, por tanto, una acción educativa realizada a partir de la responsabilidad peculiar de cada miembro de la comunidad, en un contexto o clima comunitario rico en relaciones, para que los catecúmenos y catequizandos se incorporen activamente a la vida de dicha comunidad. […] De hecho, la comunidad cristiana sigue el desarrollo de los procesos catequéticos, ya sea con niños, con jóvenes o con adultos, como un hecho que le concierne y compromete directamente" . "La catequesis debe apoyarse en el testimonio de la comunidad eclesial" 

Es el obispo, "responsable de la iniciación cristiana" quien ha "de procurar que en [su diócesis existan las estructuras y agentes de pastoral necesarios para asegurar de la manera más digna y eficaz la observancia de las disposiciones y disciplina litúrgica, catequética y pastoral de la iniciación cristiana, adaptada a las necesidades de nuestros tiempos".

Por su propia naturaleza de inserción progresiva en el misterio de Cristo y de la Iglesia, misterio que vive y actúa en cada Iglesia particular, "el itinerario de la iniciación cristiana requiere la presencia y el ministerio del Obispo diocesano, especialmente en su fase final, es decir, en la administración de los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y de la Eucaristía, como tiene lugar normalmente en la Vigilia pascual" .

A los presbíteros, como cooperadores del orden episcopal, les corresponde, particularmente a los párrocos, cuidar la orientación de fondo de la catequesis y su adecuada programación, contando con la participación activa de los propios catequistas, y tratando de que esté "bien estructurada y bien orientada", garantizando la estrecha vinculación de la catequesis con los planes pastorales diocesanos y animando a las personas debidamente preparadas y oficialmente encargadas diáconos, padres, consagrados, catequistas, padrinos, educadores, instituciones, grupos etc. a ser cooperadores activos del proyecto diocesano .

Los diáconos, en comunión con el Obispo y el Presbiterio, colaboran en la IC , como lo atestigua la historia , preparando a aquellos que les son encomendados, particularmente los adultos, de forma que les ayuden a conocer a Cristo, a reforzar su fe con la recepción de los sacramentos y a expresarla en su vida personal, familiar, profesional y social.

Los padres de familia, primeros educadores de la fe de sus hijos , testifican y transmiten a la vez los valores humanos y religiosos. Esta acción educativa, a un tiempo humana y religiosa, es un "verdadero ministerio" por medio del cual se transmite e irradia el Evangelio hasta el punto de que la misma vida de familia se hace itinerario de fe y, en cierto modo, iniciación cristiana y escuela de los seguidores de Cristo . En efecto, "la catequesis familiar precede, acompaña y enriquece toda otra forma de catequesis" . 

Las personas de vida consagrada participan activamente en la IC, sobre todo teniendo en cuenta que "muchas familias religiosas, masculinas y femeninas, nacieron para la educación cristiana de los niños y de los jóvenes, particularmente los más abandonados" . Se espera, pues, "que las comunidades religiosas dediquen el máximo de sus capacidades y de sus posibilidades a la obra específica de la catequesis" ,

Los catequistas son llamados interiormente por Dios o invitados por la misma comunidad eclesial para ejercer este ministerio de acompañar a los catecúmenos que les son encomendados; ministerio que asumirá diversos grados de dedicación, según las características de cada uno .

4.b. La comunidad cristiana ámbito de la Iniciación Cristiana. 
La iniciación cristiana se realiza en la Iglesia, por la Iglesia y para la Iglesia; nunca es un acto privado entre Cristo y el catecúmeno: la iniciación cristiana, concierne a la comunidad antes que al individuo ; es siempre acontecimiento eclesial.

La celebración de la iniciación cristiana es una auténtica epifanía de la Iglesia. Por eso no es aventurado afirmar que las distintas formas de celebrar este "gran sacramento" pueden revelar distintos modelos de Iglesia. 

La comunidad cristiana es el origen, lugar y meta de la catequesis. La catequesis siempre es la misma. Pero ciertos "lugares" de catequización la colorean, cada uno con caracteres originales. Es importante saber cuál es la función de cada uno de ellos en orden a la IC.

La familia cristiana "Iglesia doméstica" , "es un espacio donde el Evangelio es transmitido y desde donde éste se irradia" ; es pues el ámbito o medio privilegiado de iniciación y crecimiento en la fe .

La familia como "lugar de iniciación" tiene un carácter único: transmite el Evangelio enraizándolo en el contexto de profundos valores humanos . Sobre esta base humana es más honda la iniciación en la vida cristiana: el despertar al sentido de Dios, los primeros pasos en la oración, la educación de la conciencia moral y la formación en el sentido cristiano del amor humano, concebido como reflejo del amor de Dios Creador y Padre. Se trata, en suma, de una educación cristiana más testimonial que de la instrucción, más ocasional que sistemática, más permanente y cotidiana que estructurada en períodos.

"La parroquia es un lugar privilegiado en que los fieles pueden tener una experiencia concreta de la Iglesia. […] La parroquia debe renovarse continuamente, partiendo del principio fundamental de que "la parroquia tiene que seguir siendo primariamente comunidad eucarística". Este principio implica que las parroquias están llamadas a ser receptivas y solidarias, lugar de la iniciación cristiana, de la educación y la celebración de la fe…" .

La parroquia es, sin duda, el lugar más significativo en que se forma y manifiesta la comunidad cristiana. Ella está llamada a ser una casa de familia, fraternal y acogedora, donde los cristianos se hacen conscientes de ser Pueblo de Dios . La parroquia, en efecto, congrega en la unidad todas las diversidades humanas que en ella se encuentran y las inserta en la universalidad de la Iglesia . Ella es, por otra parte, el ámbito ordinario donde se nace y se crece en la fe. Constituye, por ello, un espacio comunitario muy adecuado para que el ministerio de la Palabra ejercido en ella sea, al mismo tiempo, enseñanza, educación y experiencia vital.

La escuela católica es un lugar muy relevante para la formación humana y cristiana . Ya la declaración Gravissimum Educationis del Concilio Vaticano II "marca un cambio decisivo en la historia de la escuela católica: el paso de la escuela-institución al de la escuela-comunidad" . 

Su nota distintiva es la de "crear un ambiente de la comunidad escolar animado por el espíritu evangélico de libertad y caridad, ayudar a los [niños y] adolescentes para que, en el desarrollo de la propia persona, crezcan a un tiempo según la nueva criatura que han sido hechos por el bautismo, y ordenar últimamente toda la cultura humana según el mensaje de la salvación" .

Participando en las diversas "asociaciones, movimientos y agrupaciones de fieles" reconocidas en cada Iglesia particular, numerosos hermanos realizan su misión laical en el mundo y en la misma Iglesia dedicándose "a la práctica de la vida espiritual, al apostolado, a la caridad y a la asistencia, y a la presencia cristiana en las realidades temporales".

Están, pues, también involucradas en la IC aquellas asociaciones, movimientos o grupos de fieles , en que se atienden aspectos catequéticos en sus objetivos formativos, aunque no sean propiamente ámbitos de catequización.

5. Necesidad de repensar la praxis de iniciación cristiana

Es natural que, frente a los resultados cada vez más escasos, no obstante el precioso empeño puesto en todos los niveles, se eleve, por parte de los diversos agentes pastorales de la comunidad cristiana, un grito que exprese semejante perplejidad: ¿qué debemos hacer?

Es el interrogante que nace del vivir esta común desazón, por no lograr que se convierta en significativo y duradero el acercamiento a la vida de fe. Un interrogante que podríamos resumir así: ¿cómo ayudar, a quienes hoy se acercan a la fe, a ser cristianos?

Todos estos elementos muestran la necesidad de repensar la IC particularmente de niños y adolescentes. 

Una praxis que responda a una doble fidelidad: por un lado que respete y asuma los datos de la situación histórica actual y por el otro que atienda y responda a las propuestas de la Revelación cristiana.

La fidelidad a los datos de la historia no se agota con la exigencia de adaptar el lenguaje y el testimonio cristiano a la particular situación de los oyentes , sino que exige asumir la historia misma de los hombres, por positiva o negativa que sea, como posible "signo de los tiempos" , es decir, como lugar a través del cual el Espíritu habla en el hoy de su Iglesia y guía su accionar en forma adaptada a los tiempos.

Se trata, entonces, de recibir las transformaciones no con sentido de resignación o de pesimismo, sino, como eventuales desafíos u oportunidades que Dios nos confía en la certeza de que Él no abandona jamás a su pueblo y también hoy lo conduce a nuevos e inesperados espacios de vida.

Un primer gesto de fidelidad a la historia es el de tener en cuenta la denunciada crisis de la civilización, reconocerla y asumirla efectivamente como un desafío que exige emprender una nueva pastoral que responda a tal situación, sin inútiles nostalgias .

La tradicional praxis vigente en torno a los sacramentos de la IC refleja por demás una situación social en la cual la cultura y las mismas instituciones civiles sostenían la fe y las costumbres cristianas.

Pero hoy "ya no es posible hacerse ilusiones, se hicieron demasiado evidentes los signos de la descristianización, y de la pérdida de los valores humanos y morales fundamentales. En realidad tales valores, que si bien brotan de la ley moral escrita en el corazón de cada hombre, muy difícilmente se mantienen en la vida cotidiana, en la cultura y en la sociedad, cuando decae o se debilita la raíz de la fe en Dios y en Jesucristo" .

En este nuevo cuadro socio-religioso no es raro encontrar a cristianos que, si bien se profesan tales, no poseen más una fe cristiana auténtica, que incida en la vida y en sus decisiones morales, y, si hacen alguna referencia a la Iglesia, es en vistas a conseguir servicios religiosos.

"El secularismo afecta directamente a la fe y a la religión. Desconoce la importancia que éstas tienen para la existencia cotidiana de los hombres y para su realización eterna. Al prescindir de Dios, se despoja al hombre de su referente último y los valores pierden su carácter de tales, convirtiéndose en ídolos que terminan degradándolo y esclavizándolo. Las secuelas de esta actitud suelen manifestarse en diversas formas de corrupción, que afectan a las personas y dañan el conjunto del tejido social" "El secularismo actual concibe la vida humana, personal y social, al margen de Dios y se constata incluso una creciente indiferencia religiosa" .

Tal secularismo involucra a las familias y aún a aquellos que son bastante fieles a los encuentros dominicales, lo que nos permite insistir en no dar por descontada la presencia de la fe cristiana en quienes se acercan para iniciarse en la fe -sean niños, adolescentes, jóvenes o adultos-.

Encuestas recientes que investigan la fe de los católicos, muestran la urgencia de una formación catequística más amplia y profunda y la necesidad de no suponer, ni en la predicación ni en los textos de catequesis, verdades esenciales, tales como la divinidad de Jesucristo, la existencia de la vida eterna, la realidad del mal y de la culpa. En este campo, apremia una valiente renovación de la formación catequética de los catequistas, una presencia más vigorosa de los sacerdotes en esta tarea y lograr procesos orgánicos más acordes con la maduración de la fe de las personas y de las comunidades.

Ante tal situación, la pastoral catequística deberá dar la primacía al anuncio del kerigma en vista a engendrar o regenerar la fe; una fe que involucre los aspectos públicos y privados de la existencia humana, que consolide el sentido de pertenencia eclesial y que haga que la comunidad cristiana no sea una simple agencia de servicios religiosos, sino, lugar de vida, de identidad y de experiencia concreta de la salvación obrada por Cristo.

Los contextos de vida en los cuales viven quienes acuden a la Iglesia para iniciarse en la fe son multiformes y esto nos obliga a saber recibirlos respetando a cada uno tal como es.

Al mismo tiempo es indispensable observar y reconocer que tales circunstancias son diversas, fluidas y mutantes; a tal punto que el mismo sujeto puede pasar fácilmente de un ambiente donde se vive cristianamente a otro totalmente opuesto.

Será importante comprender que la IC ha de estar en función de las personas y no viceversa. En consecuencia tiene que ser superada la praxis de proponer a los posibles catecúmenos -sean niños, adolescentes, jóvenes o adultos- un único camino basado en el ritmo y esquema del ámbito escolar.

El discernir las "disposiciones religiosas" conque acuden los posibles catecúmenos debe ser tomado con la seriedad necesaria a fin de configurar con mayor claridad el itinerario más conveniente de la IC para cada catecúmeno o grupo de catecúmenos.

Se hace pues, urgente, discernir serenamente y asumir con coraje una pastoral de la iniciación cristiana que exprese nuestra firme decisión de navegar mar adentro para echar las redes atentos a los consejos del Señor .
Será inevitable la fatiga y múltiples las dificultades a la hora de debatir el diseño y las opciones que exija esta pastoral, pero creemos que es la ocasión para renovar nuestra fidelidad al Señor y dar un nuevo vigor a nuestras comunidades cristianas.

Algunos interrogantes:
• ¿Cómo vincular eficazmente: la gracia que se administra (consideración de la iniciación cristiana como "gran sacramento"); las disposiciones del sujeto que la recibe (edades, "casos"; historias); las circunstancias que influyen (ministro que celebra, catequista que acompaña, comunidad que rodea -familia, escuela, grupos "parroquiales"-)…?
• ¿De qué modo afecta a nuestra pastoral catequística aquella tensión entre lo objetivo del don y la subjetividad de su recepción…?
• ¿Es conveniente para nosotros un "Proyecto diocesano de catequesis articulado y coherente"? ¿Es posible su diseño e implementación?
• Expectativas (nuestras y de los iniciados) y posibilidades reales de perseverancia (las que tenemos, las que querríamos tener, las que podemos ofrecer)…

SIGLAS Y ABREVIATURAS.
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