miércoles, 5 de marzo de 2014

San José, el varón de Fe…

En esta festividad, tan cercana a nuestros sentimientos
y a nuestro amor por la Iglesia, nos ponemos en presencia del Señor,

En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo…
En este Año de la Fe, oportunidad que se nos brinda para ahondar en la fuerza y belleza de esta virtud, contemplamos a San José, patrono de la Iglesia y también de nuestra Familia Religiosa.
Miramos en él un corazón que se ha dejado plasmar por la gracia que transforma…
Alguien que también ha sabido escuchar al Espíritu en el fluir de su vida…
Y como muy buen oyente, ha sido obediente a la Palabra escuchada, casi siempre “en sueños”, advirtiendo en ella la Voluntad de su Dios, que siempre lo invitó a ponerse en camino…

También nosotras nos encontramos en el camino, como los primeros discípulos, y, como San José, queremos consentir la Presencia y el Obrar de Dios en nuestras vidas…
Ø      Contemplamos un ratito, si es que podemos, la estampa de San José que va en este envío. Es un mosaico que se encuentra en Santa María la Mayor en Roma y que data, aproximadamente, de los años 450-550. Es el ángel que anuncia a José…

Ø      Compartimos el Evangelio del día: Mateo 1, 16.18-21.24a

Ø      Aporte para la reflexión:

San José: el amor olvidado de sí mismo (de Max Alexander)

“En el evangelio de Lucas el anuncio del nacimiento del Mesías se hace a María, en el de Mateo a José. Si hacemos coincidir ambos descubriremos no una contradicción, sino una amplificación: el anuncio es hecho a ambos, al esposo y a la esposa, al Justo y a la Virgen que se aman mutuamente. Dentro de cada pareja Dios va obrando su obra: desea oír el doble ‘amén’ convertido en un único  ‘sí’ en el varón y en la mujer, sin cuyo coral coraje Dios no podría traer hijos a esta tierra. En todas las relaciones mutuas Dios acaricia, roza y toca: lo hace en esos días en que estás tan lleno de alegría que serías capaz de decirle a quien amas palabras sorprendidas, asombradas, absolutas, eternas, y también lo hace en esos días de crisis, de sufrimiento, de duda, de lágrimas…

José, decididamente enamorado, decide dejar a su enamorada, por respeto, no por despecho, por respeto ante el misterio, no por otra cosa; no quiere denunciarla, sigue pensando en ella, insatisfecho por la decisión que no acaba de tomar, hasta en  sueños tiene presente a su María, pues bien sabe que su amada lo ama...

María y José son pobres, pobres de cosas, pero no pobres en amores, porque si hay algo sobre esta tierra que abre al misterio de Dios es amar, descubrirse amado, saber de amores. José, tan o más soñador que el José de Egipto, con las manos llenas de callos a causa del trabajo y con un corazón enternecido a causa del amor, tiene la elocuencia de los silenciosos: su silencio es amor que ya no necesita de palabras. Dado que José sabe escuchar, Dios le hablará a través del silencioso lenguaje de los sueños; José, es el hombre justo y tan silencioso que es capaz de escuchar los sueños que el Señor-Dios viene soñando  desde toda la eternidad, desde antes de la creación del mundo, de modo que transformados en realidad, la Buena Noticia se proclame gozosamente a los cuatro vientos…

Todo amor tiene que pasar, como el oro, por el fuego del crisol para purificarse, aquilatándose en las contradicciones y las pruebas. El amor de José, lo mismo que el de Israel en el desierto, es puesto a prueba para conocer qué habita en su corazón. En plena prueba  a José se le confirma que su corazón desborda de amor hacia María y hacia el Niño que vendrá. Descubre alborozado que es posible amar sin deseos de posesión. Todo amor auténtico,- matrimonial y virginal -, tiene que atravesar esa misma prueba, ese mismo umbral: pasar de la posesión a la donación: ‘amar’ es una variante del verbo ‘morir’, cuya otra variante se denomina ‘renunciar’. Si en el taller de José aprendemos a conjugarlos en su armonía pascual de muerte y vida, de renuncia y plenitud, descubriremos las obras maravillosas que,- en nosotros y no sin nosotros -, obrará el Espíritu: lograr darse sin jamás reclamar nada a cambio, amar a fondo perdido, sin esperar ganancia ninguna: el amor basta por sí mismo, satisface por sí solo...  Amo porque amo, amo por amar. (San Bernardo en los Sermones sobre el Cantar de los Cantares)
José es un hombre lleno de fe, incapaz de involucrarse en un misterio que lo trasciende, prefiere retirarse en silencio,  silencio que le permitirá escuchar y dar fe a la palabra que desde siempre Dios dirige a los seres humanos: no temas. Y comienza a actuar no ya frenado por sus temores, sino impulsado por sus amores, amores al estilo de Dios, a lo Jesús: amor que olvidándose de sí mismo se anonada,- ¡se hace tan, pero tan pequeño y humilde que aquel al que los Cielos y la Tierra no pueden contener, encuentre cabida en el seno virginal de María! Tanto se anonada que te pedirá permiso, como a José, como a María, para que le hagas un huequito, un lugarcito en tu vida, para que por el Espíritu Santo pueda humanarse en ti y divinizarte a ti, humanizándote a ti  transfigurando tus temores y…, tus amores…

Tener valor para amar al modo de Dios, tal como nuestro Abba nos lo mostró en Jesucristo, esa es la vocación  de José; aceptar que renunciando a María cumpla él, y se cumplen en él, las promesas hechas un día por Dios a David. Al abrir su vida de par en par, José queda  transformado en profecía viviente: gracias a su sí el Hijo de Dios llega a ser hijo de David. El Espíritu Santo  esculpió su corazón preñado de silencios, haciéndolo tan lleno de Dios que renunciando a todo, fuera totalmente posesión del Señor-Dios mientras el Señor-Dios le confiaba sus tesoros más queridos: porque tanto ama Dios al mundo que envió a su Hijo no para juzgarlo sino para salvarlo…”

Ø      Compartimos comunitariamente lo que nos resuena de esta reflexión

Ø      Invocamos a San José, a modo de Letanía:
-Por tu gran Fe, ruega por nosotras…
-Por tu confianza en el Señor, ruega por nosotras…
-Por tu obediencia a la voluntad de Dios, ruega por nosotras…
-Por tu docilidad al Espíritu, ruega por nosotras…
-Por tu amor a María, ruega por nosotras…
-Por el ejemplo de virtudes que fuiste para Jesús, ruega por nosotras…
-Por…(agregamos libremente…)

-Para que…(ponemos nuestras intenciones espontáneas…) ruega por nosotras…

Ø      Porque sabemos que el Señor acoge lo que con Fe le pedimos, le decimos sencillamente Padre nuestro…

Ø      Invocación a San José del beato Juan XXIII

San José, guardián de Jesús y casto esposo de María:
tú viviste toda tu vida cumpliendo perfectamente tu deber;
Tú mantuviste a la Sagrada Familia de Nazaret con el trabajo de tus manos.
Protege bondadosamente a los que recurren confiadamente a ti.
Tú conoces sus aspiraciones y sus esperanzas.
Se dirigen a ti porque saben que los comprendes y proteges.
Tú también conociste pruebas, cansancio y trabajos.
Pero aún dentro de las ocupaciones materiales de la vida,
estabas lleno de profunda paz y de verdadera alegría
por el íntimo trato que tenías con el Hijo de Dios,
que te fue confiado a ti
a la vez que a María, su tierna Madre, Amén.

Ø      Invoquemos a nuestra Madre y Patrona, esposa de San José, pidiendo su intercesión: Santísima Virgen María…

Ø      Culminemos nuestro momento de oración cantando alguna canción a San José que sepamos (“José carpintero”, “Himno a San José”, otra…)

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