En esta festividad, tan
cercana a nuestros sentimientos
y a nuestro amor por la Iglesia , nos ponemos en
presencia del Señor,
En el Nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo…
En este Año de la Fe , oportunidad que se nos
brinda para ahondar en la fuerza y belleza de esta virtud, contemplamos a San
José, patrono de la Iglesia
y también de nuestra Familia Religiosa.
Miramos en él un corazón que se ha dejado plasmar por la
gracia que transforma…
Alguien que también ha
sabido escuchar al Espíritu en el fluir
de su vida…
Y como muy buen oyente,
ha sido obediente a la Palabra
escuchada, casi siempre “en sueños”, advirtiendo en ella la Voluntad de su Dios, que
siempre lo invitó a ponerse en camino…
También nosotras nos
encontramos en el camino, como los
primeros discípulos, y, como San José, queremos consentir la
Presencia y el Obrar de Dios en nuestras vidas…
Ø
Contemplamos un ratito, si es
que podemos, la estampa de San José que va en este envío. Es un mosaico que se
encuentra en Santa María la
Mayor en Roma y que data, aproximadamente, de los años
450-550. Es el ángel que anuncia a José…
Ø
Compartimos el Evangelio del
día: Mateo 1, 16.18-21.24a
Ø
Aporte para la reflexión:
San José: el amor olvidado de sí mismo (de Max Alexander)
“En el evangelio de
Lucas el anuncio del nacimiento del Mesías se hace a María, en el de Mateo a
José. Si hacemos coincidir ambos descubriremos no una contradicción, sino una
amplificación: el anuncio es hecho a ambos, al esposo y a la esposa, al Justo y
a la Virgen
que se aman mutuamente. Dentro de cada pareja Dios va obrando su obra: desea
oír el doble ‘amén’ convertido en un único
‘sí’ en el varón y en la mujer, sin cuyo coral coraje Dios no podría
traer hijos a esta tierra. En todas las relaciones mutuas Dios acaricia, roza y
toca: lo hace en esos días en que estás tan lleno de alegría que serías capaz
de decirle a quien amas palabras sorprendidas, asombradas, absolutas, eternas,
y también lo hace en esos días de crisis, de sufrimiento, de duda, de lágrimas…
José, decididamente
enamorado, decide dejar a su enamorada, por respeto, no por despecho, por
respeto ante el misterio, no por otra cosa; no quiere denunciarla, sigue
pensando en ella, insatisfecho por la decisión que no acaba de tomar, hasta en sueños tiene presente a su María, pues bien
sabe que su amada lo ama...
María y José son pobres,
pobres de cosas, pero no pobres en amores, porque si hay algo sobre esta tierra
que abre al misterio de Dios es amar, descubrirse amado, saber de amores. José,
tan o más soñador que el José de Egipto, con las manos llenas de callos a causa
del trabajo y con un corazón enternecido a causa del amor, tiene la elocuencia
de los silenciosos: su silencio es amor que ya no necesita de palabras. Dado
que José sabe escuchar, Dios le hablará a través del silencioso lenguaje de los
sueños; José, es el hombre justo y tan silencioso que es capaz de escuchar
los sueños que el Señor-Dios viene soñando
desde toda la eternidad, desde antes de la creación del mundo, de
modo que transformados en realidad, la Buena Noticia se proclame gozosamente a los
cuatro vientos…
Todo amor tiene que pasar, como el oro, por el fuego del crisol para
purificarse, aquilatándose en las contradicciones y las pruebas. El amor de
José, lo mismo que el de Israel en el desierto, es puesto a prueba para conocer
qué habita en su corazón. En plena prueba a José se le confirma que su corazón desborda
de amor hacia María y hacia el Niño que vendrá. Descubre alborozado que es
posible amar sin deseos de posesión. Todo amor auténtico,- matrimonial y
virginal -, tiene que atravesar esa misma prueba, ese mismo umbral: pasar de la
posesión a la donación: ‘amar’ es una variante del verbo ‘morir’,
cuya otra variante se denomina ‘renunciar’. Si en el taller de
José aprendemos a conjugarlos en su armonía pascual de muerte y vida, de
renuncia y plenitud, descubriremos las obras maravillosas que,- en nosotros y
no sin nosotros -, obrará el Espíritu: lograr darse sin jamás reclamar nada a
cambio, amar a fondo perdido, sin esperar ganancia ninguna: el amor basta por sí mismo, satisface por sí
solo... Amo porque amo, amo por amar. (San Bernardo en los Sermones
sobre el Cantar de los Cantares)
José es un
hombre lleno de fe, incapaz de involucrarse en un misterio que lo trasciende,
prefiere retirarse en silencio, silencio
que le permitirá escuchar y dar fe a la palabra que desde siempre Dios dirige a
los seres humanos: no temas. Y
comienza a actuar no ya frenado por sus temores, sino impulsado por sus amores,
amores al estilo de Dios, a lo Jesús: amor que olvidándose de sí mismo se
anonada,- ¡se hace tan, pero tan pequeño y humilde que aquel al que los Cielos
y la Tierra no
pueden contener, encuentre cabida en el seno virginal de María! Tanto se
anonada que te pedirá permiso, como a José, como a María, para que le hagas un
huequito, un lugarcito en tu vida, para que por el Espíritu Santo pueda
humanarse en ti y divinizarte a ti, humanizándote a ti transfigurando tus temores y…, tus amores…
Tener valor
para amar al modo de Dios, tal como nuestro Abba nos lo mostró en Jesucristo,
esa es la vocación de José; aceptar que
renunciando a María cumpla él, y se cumplen en él, las promesas hechas un día
por Dios a David. Al abrir su vida de par en par, José queda transformado en profecía viviente: gracias a
su sí el Hijo de Dios llega a ser hijo de David. El Espíritu Santo esculpió su corazón preñado de silencios,
haciéndolo tan lleno de Dios que renunciando a todo, fuera totalmente posesión
del Señor-Dios mientras el Señor-Dios le confiaba sus tesoros más queridos: porque
tanto ama Dios al mundo que envió a su Hijo no para juzgarlo sino para
salvarlo…”
Ø Compartimos
comunitariamente lo que nos resuena de esta reflexión
Ø Invocamos a San José, a
modo de Letanía:
-Por tu gran Fe, ruega por nosotras…
-Por tu confianza en el
Señor, ruega por nosotras…
-Por tu obediencia a la
voluntad de Dios, ruega por nosotras…
-Por tu docilidad al
Espíritu, ruega por nosotras…
-Por tu amor a María, ruega por nosotras…
-Por el ejemplo de
virtudes que fuiste para Jesús, ruega por
nosotras…
-Por…(agregamos
libremente…)
-Para que…(ponemos
nuestras intenciones espontáneas…) ruega
por nosotras…
Ø Porque sabemos que el
Señor acoge lo que con Fe le pedimos, le decimos sencillamente Padre nuestro…
Ø Invocación a San José
del beato Juan XXIII
San
José, guardián de Jesús y casto esposo de María:
tú
viviste toda tu vida cumpliendo perfectamente tu deber;
Tú
mantuviste a la
Sagrada Familia de Nazaret con el trabajo de tus manos.
Protege
bondadosamente a los que recurren confiadamente a ti.
Tú
conoces sus aspiraciones y sus esperanzas.
Se
dirigen a ti porque saben que los comprendes y proteges.
Tú
también conociste pruebas, cansancio y trabajos.
Pero
aún dentro de las ocupaciones materiales de la vida,
estabas
lleno de profunda paz y de verdadera alegría
por
el íntimo trato que tenías con el Hijo de Dios,
que
te fue confiado a ti
a
la vez que a María, su tierna Madre, Amén.
Ø Invoquemos a nuestra
Madre y Patrona, esposa de San José, pidiendo su intercesión: Santísima Virgen María…
Ø Culminemos nuestro
momento de oración cantando alguna canción a San José que sepamos (“José
carpintero”, “Himno a San José”, otra…)
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