por Frei Betto
Los excesos de algunas facciones del islamismo no deben confundirse con la religión que profesan, así como tampoco las Cruzadas ni la Inquisición expresan la esencia del Cristianismo, sino todo lo contrario.
Islam significa “sumisión” a Dios (Alá). Abraham fue el primer sumiso (muslim = musulmán) y después fueron seguidores de su espiritualidad (Islam) José, los profetas del Antiguo Testamento y Jesús.
Ese monoteísmo abrahámico habría sido corrompido por los hebreos y los cristianos. Por ello en el siglo VII el profeta Mahoma lo restituyó a su pureza original tras haber sido recibido de Alá, por medio del ángel Gabriel, el Corán (que significa “libro por excelencia”).
Se trata de un hermoso poema, todo en dialecto árabe, armonioso en sus rimas y asonancias, cuyas traducciones no expresan su musicalidad. Al contrario de la Biblia, la que judíos y cristianos consideran inspirada por Dios, el Corán habría sido dictado. Para los musulmanes equivale a lo que el Evangelio para los cristianos.
Los discípulos de Mahoma se dividen, básicamente, en sunitas, la mayoría, que se consideran fieles al fundador del islamismo, y chiitas, seguidores de Alí, pues consideran a este primo y yerno del Profeta como el que mejor vivió lo que el suegro vislumbró. Contrario a lo que se piensa, hoy día los que abrazan el fundamentalismo en la política son precisamente los sunitas y no los chiitas.
La religión musulmana atrae a tantos fieles gracias a su simplicidad. No tiene jerarquías, no habla de culpa y exige obediencia incuestionable a sus preceptos. Su espiritualidad se apoya en cinco pilares: creer que no hay otro Dios más que el que envió a Mahoma, orar cinco veces al día, dar limosnas, ayunar durante el mes del Ramadán (noveno mes del calendario islámico), y hacer la peregrinación a La Meca.
Los musulmanes tienen fe en Dios, en los profetas, en las Sagradas Escrituras (incluyendo el Evangelio), en la predestinación (no en el fatalismo), en la resurrección y en el juicio final.
La Jihad, que literalmente significa “empeño en el camino de Dios” y no guerra santa, implica defender la religión y los territorios musulmanes. Los terroristas, a pesar de todo, alardean de ella para justificar su interpretación fundamentalista, aunque el adjetivo “muslim” (= musulmán) signifique “pacífico”.
La espiritualidad islámica es rica en tradiciones místicas, como los sufistas. “El sufí es un ebrio sin vino; un saciado sin comida; un enloquecido sin alimento ni sueño; un rey con manto humilde; un tesoro entre ruinas; no está hecho de aire, tierra o fuego; es un mar sin límites” (Rumi 1207-1273). Los poemas de Rumi son de una profunda densidad espiritual, lo cual da que pensar que quizás hayan sido leídos por místicos cristianos como el Maestro Eckhart y Juan de la Cruz. Fomentar el prejuicio contra los musulmanes es ceder al juego maniqueista del terrorismo y rechazar una tradición rica en sabiduría y espiritualidad. Hay que separar el trigo de la paja. Y conviene recordar que fue el Occidente “cristiano” el que exterminó a los indígenas de América Latina, quien promovió la esclavitud, expandió el colonialismo, desencadenó dos grandes guerras y que hoy idolatra el capital por encima de los derechos humanos.
Frei Betto es escritor,
autor de “Un Dios muy humano”, entre otros libros.
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