domingo, 12 de abril de 2015

2do Domingo de Pascua

"Felices los que creen sin haber visto"
No les resultaba fácil a los discípulos expresar lo que estaban viviendo. Se les ve acudir a toda clase de recursos narrativos. El núcleo, sin embargo, es siempre el mismo: Jesús vive y está de nuevo con ellos. Esto es lo decisivo. Recuperan a Jesús lleno de vida.
Los discípulos se encuentran con el que los ha llamado y al que han abandonado. Las mujeres abrazan al que ha defendido su dignidad y las ha acogido como amigas. Pedro llora al verlo: ya no sabe si lo quiere más que los demás, sólo sabe que lo ama. María de Magdala abre su corazón a quien la ha seducido para siempre. Los pobres, las prostitutas y los indeseables lo sienten de nuevo cerca, como en aquellas inolvidables comidas junto a Él.
Ya no será como en Galilea. Tendrán que aprender a vivir de la fe. Deberán llenarse de su Espíritu. Tendrán que recordar sus palabras y actualizar sus gestos. Pero Jesús, el Señor, esta´con ellos, lleno de vida para siempre.
Todos experimentan lo mismo: una paz honda y una alegría incontenible. Las fuentes evangélicas, tan sobrias siempre para hablar de sentimientos, lo subrayan una y otra vez: el Resucitado despierta en ellos alegría y paz. Es tan central esta experiencia que se puede decir, sin exagerar, que de esta paz y esta alegría nació la fuerza evangelizadora de los seguidores de Jesús.


RECORRIDO HACIA LA FE

Estando ausente Tomás, los discípulos de Jesús han tenido una experiencia inaudita. En cuanto lo ven llegar se lo comunican llenos de alegría: "Hemos visto al Señor". Tomás los escucha con escepticismo. ¿Por qué les va a creer algo tan absurdo? ¿Cómo pueden decir que han visto a Jesús lleno de vida, si ha muerto crucificado? En todo caso, será otro.
Los discípulos le dicen que les ha mostrado las heridas de sus manos y su costado. Tomás no puede aceptar el testimonio de nadie. Necesita comprobarlo personalmente: "Si no veo en sus manos la señal de sus clavos... y no meto la mano en su costado, no lo creo". Sólo creerá en su propia experiencia.
Este discípulo, que se resiste a creer de manera ingenua, nos va a enseñar el recorrido que hemos de hacer para llegar a la fe en Cristo resucitado a los que ni siquiera hemos visto el rostro de Jesús, ni hemos escuchado sus palabras, ni hemos sentido sus abrazos.
A los ocho días se presenta de nuevo Jesús. Inmediatamente se dirige a Tomás. No critica su planteamiento. Sus dudas no tienen para él nada de ilegítimo o escandaloso. Su resistencia a creer revela su honestidad. Jesús le entiende y viene a su encuentro mostrándole sus heridas.
Jesús se ofrece a satisfacer sus exigencias: "Trae aquí tu dedo, aquí tienes mis manos. Trae tu mano, aquí tienes mi costado". Esas heridas, antes que "pruebas" para verificar algo, ¿no son "signos" de su amor entregado hasta la muerte? Por eso Jesús le invita a profundizar más allá de sus dudas: "No seas incrédulo, sino creyente".
Tomás renuncia a verificar nada. Ya no siente necesidad de pruebas. Sólo experimenta la presencia del Maestro, que lo ama, que lo atrae y le invita a confiar. Tomás, el discípulo que ha hecho un recorrido más largo y laborioso que nadie hasta encontrarse con Jesús, llega más lejos que nadie en la hondura de su fe: "Señor mío y Dsio mío". Nadie ha confesado así a Jesús.
La fe cristiana crece en nosotros cuando nos sentimos amados y atraídos por ese Dios cuyo rostro podemos vislumbrar en el relato que los evangelios nos hacen de Jesús. Entonces, su llamada a confiar tiene en nosotros más fuerza que nuestras propias dudas.
"Dichosos los que crean sin haber visto".

Extractado de "El Camino abierto por Jesús" de J. Pagola

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