lunes, 20 de abril de 2015

Hna María Elena Zagarzazu

Hija de monte Caseros –Ctes. – porque allí nació y vivió la mayor parte de su vida siendo la Srta. Elena a quien todos, grandes y chicos, ricos y pobres, conocían y agradecían su solicitud cuando fue socia de Acción Católica y Delegada Diocesana de la Rama de Jóvenes.
De familia acomodada, en el gran caserón que también acogía a la tía, a la muchacha que servía, como en aquellos tiempos y cuya fidelidad y cariño la hacían pertenecer  al grupo familiar integrado por un hermano y una hermana, Sarita, esposa de un médico al que dedicó no sólo los compromisos de sus cinco hijos, sino su eficiente colaboración en la Clínica Médica donde él ejerció su Profesión.
         Conoció a las Auxiliares que tenían una Casa en Monte Caseros y frecuentando sus actividades se dio cuenta que era allí donde el Señor la llamaba.
Con algunos años más que las demás, esa experiencia de vida y actividades seguramente le sirvieron para iluminar ahora las exigencias de la vida religiosa de difícil transformación cuando lo años se han sumado.
Discreta, prudente, bien vasca, como lo dice el apellido, vivió la vida de comunidad sin hacer notar lo que le exigía, siempre dispuesta a poner en todo un manto de paz. Así la conocí cuando me acompañó a Azul –recién salida del Noviciado- donde fue querida por el clero y los laicos y para mí, la hermana mayor.
         Pasó por varias comunidades, y fue, en un período, elegida como Vicaria General, hasta que el Señor la purificó en la prueba desgarradora.
         Su querida hermana, Sarita, mujer de temple y profunda unión con el Señor, víctima de un cáncer fulminante dejó a sus cinco hijos con la abuela.
         Oportunamente se establecieron en La Plata para seguir sus estudios universitarios y allí, la paciente y santa abuela tejió gorros de los colores del Club, que sus nietos usaban en la cancha de fútbol.
         Pero, era el tiempo oscuro y tenebroso de la guerrilla, de la represión y estos vasquitos puros, ingenuos, mal aconsejados, se metieron en sus filas, llegando después de algunos años de lucha, perseguidos, escondidos, a caer bajo el fuego adversario.
Dos de ellos, pagaron con sus vidas.
         Actualmente, otros dos, médicos, han formado sus familias y uno de ellos se estableció en el Sud, lugar que acogió a María Elena, cuando habiendo pedido la exclaustración temporal, tomó la responsabilidad de su sobrina, Rosarito, hermana menor de todos ellos, marcada con el Síndrome de Down.
         La Providencia permitió que, al fundarse la casa de Cervantes, en Río Negro, tuviera contacto con las Auxiliares y así, en Cáritas, todas las semanas, da su rico aporte.
         La ley de la carne y de la sangre permanece siempre y cuando se ha adquirido esa libertad de espíritu que ha iluminado los valores de la consagración, cualquier atajo en el camino, profundiza y fecunda la entrega.


         Su pascua fue el 20 de abril de 2009.

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