Te acercamos esta propuesta de oración-reflexión para adentrarnos en el silencio contemplativo que disponga nuestro ser para celebrar la Pascua:
"El silencio es parte radical de la experiencia de la alteridad de Dios.
El silencio que precede, acompaña y prolonga la palabra. Un silencio que forma parte de un proceso de diálogo más amplio.
El silencio engendra y da contenido a la palabra. El silencio sin la palabra nos es nada y a la palabra que no viene del silencio le falta el alma.
El silencio forma parte de la simplicidad de Dios que también habla desde su silencio. Engendra la palabra por amor.
Una palabra habló el Padre, que fu su Hijo, y ésta ahora habla siempre con eterno silencio. No hay duda que ese es el silencio más elocuente de la historia y el que nos permite aprender a escuchar el eco de la soledad sonora.
El silencio es madre y útero donde nace la vida que es comunicación.
En el modo de relacionarnos hay un silencio repleto de elocuencias.
El silencio contemplativo engendra silencio para escuchar.
Es necesario que encontremos el silencio de Dios no sólo en nosotras mismas sino también en el otro, la otra.
El silencio interior depende de una búsqueda continua, de un clamor permanente en la noche, un inclinarse repetidamente sobre el abismo.
Si nos aferramos a un silencio que pensamos haber encontrado para siempre, cesamos de buscar a Dios y el silencio muere en nosotras/os. Un silencio que ya no busque a Dios, deja de hablarnos de Él. Él es hallado cuando se le busca, y cuando dejamos de buscarlos se nos escapa.
El silencio de Dios habla de humildad y paciencia, comprensión y acogida, misericordia y anonadamiento.
El encuentro nos hace salir de la oración con nueva sensibilidad, más vulnerables y solidarios/as, más capaces de comprender y disculpar, más dispuestos/as a crear vínculos y tejer cercanías, más empujados/as hacia los lugares de abajo.
Es nuestra palabra un lenguaje de signos fuertes que sólo saben hablarlo hombres y mujeres, amigos fuertes de Dios.
El silencio es una realidad muy honda, pero al mismo tiempo profundamente ambigua. Hay buenos silencios y malos silencios.
Cuando hayamos vivido solos por un tiempo largo con la realidad que nos rodea, nuestra veneración aprenderá a hacer surgir unas pocas palabras buenas acerca de ella, desde el silencio que es la madre de la Verdad.
Las palabras surgen entonces entre silencio y silencio: entre el silencio de las cosas y el silencio de nuestro propio ser. Entre el silencio del mundo y el silencio de Dios.
La Verdad surge desde el silencio del ser hasta la tranquila enorme presencia de la Palabra. Entonces, hundiéndonos nuevamente en el silencio, la verdad de las palabras conduce al interior del silencio de Dios.
Lo que quiebra nuestro silencio no es el habla, sino la ansiedad de ser oído. Las palabras del orgulloso son capaces de imponerles silencios a los demás, de modo que solamente él pueda ser oído. El hombre himilde habla solamente para que otros/as hablen.
El silencio está destinado a resumir finalmente en palabras todo lo que hemos vivido.
El silencio se dirige a una expresión final sobre nuestra decisión final. No es un fin en sí mismo.
Cuando soy liberada/o por el silencio; cuando ya no estoy interesada/o en medir la vida, sino en vivirla, puedo descubrir una forma de oración en la que, de hecho, no existe la distracción.
Déjenme buscar, entonces, el don del silencio, la pobreza y la soledad, donde todo lo que toco se convierte en oración: porque Dios es todo en todos.
Entrar en los espacios de silencio supone liberarse de una misma, del personaje, para descubrir el mudno y al ser humano, para sentir la presencia de Dios en lo que somos y vivimos.
El silencio es el pulmón del espíritu, y siempre tiene algo que decirnos. Las ideas decisivas no vienen de la reflexión, se gestan en el silencio. En él nos volvemos atentas/os a los impulsos que provienen de la profundidad del propio ser. El silencio brota de dentro y busca eco en la entrega.
Educar el oído del corazón al eco del silencio, como lenguaje de Dios: el crecimiento del Reino está escondido; el silencio y la pobreza son tesoros ocultos; las cosas de Dios se conocen desde el corazón.
En la contemplación la persona progresa cuando va más allá del pensamiento, y entra en una atención más profunda o en una percepción más intensa, caracterizada por un profundo silencio. La contemplación es esencialmente escuchar en el silencio decía Thomas Merton.
El silencio es la melodía de la paz. Es vitamina del Espíritu, escalera de la profundidad, asidero de la madurez. Espejo que muestra la desnudez del alma y afronta los desafíos de la vida."
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