“Jesús
Sacerdote,
lleno
de misericordia y ternura,
rompe
la rigidez legal y cultual,
para
ponerse en la sintonía de los corazones,
enderezar,
liberar.
Inclinado
hacia la persona humana
inclina
con Él el Amor del Padre,
cubriendo
el vacío y la ruptura
que
el pecado provocó”
(Con corazón Sacerdotal)
"Así se lo llama a Jesús en una especie de
“prólogo” con el que arranca el evangelio de Juan (1,1-18). Después la
expresión desaparece incluso en este mismo evangelio. Nadie vuelve a hablar así
en las primeras generaciones cristianas. Sin embargo, esta expresión servirá
más tarde para ahondar, desde la fe cristiana, en el núcleo mismo del misterio
encerrado por Jesús.
En la terminología de este prólogo está
resonando la categoría griega de Logos, la fe judía en la “Palabra” de Dios y la
meditación sapiencial sobre la “Sabiduría”. Como es sabido, en la cultura
griega se siente la realidad como transida de racionalidad y sentido; las
realidad no es algo caótico e incoherente; en ella has “Logos”; las cosas tienen su “lógica” interna. Por otra parte, según la fe judía,
Dios no tiene imagen visible, no se lo puede pintar ni esculpir, pero tiene voz;
con la fuerza de su “Palabra” crea el universo y salva a su pueblo. Por eso,
según la tradición sapiencial de Israel, el mundo y la historia humana no
constituyen una realidad absurda, pues todo está sometido y dirigido por la
“Sabiduría” de Dios.
Este precioso himno joánico subraya sobre
todo la fe judía. La Palabra
está ya “en el principio” de todo. No hemos de entender esta Palabra como algo
creado. Esta Palabra es Dios mismo hablando, comunicándose, revelándose en la Creación y en la historia
apasionante de la humanidad. Todo es creado y dirigido por esa Palabra. Por
todas partes podemos intuir sus huellas. En esa Palabra está la “vida” y la
“luz verdadera” que ilumina a toda persona que viene a este mundo. En el mundo
hay también tinieblas, pero “la luz brilla en las tinieblas”.
Todo esto es creído por los judíos y puede
ser aceptado por muchas personas de la cultura helénica. Lo insólito es la
audaz proclamación que viene a continuación: la
Palabra se hizo
carne y habitó entre nosotros.
Ahora podemos captar la
Palabra de Dios hecha carne en este Profeta de Galilea
llamado Jesús. No es fácil. De hecho ha venido al mundo y el mundo no lo ha
reconocido; ni siquiera los suyos la han recibido. Pero en Jesucristo se nos está ofreciendo la
“gracia” y la “verdad”. Nadie nos puede hablar como él. Dios ha tomado carne en
él. En sus palabras, sus gestos y su vida entera nos estamos encontrando con
Dios. Dios es así, como dice Jesús; mira a las personas como las mira Él;
acoge, cura, defiende, ama, perdona como lo hace Él. Dios se parece a Jesús.
Más aún, Jesús es Dios hablándonos desde la vida frágil y vulnerable de este
ser humano".
J.L. Pagola